jueves, 30 de enero de 2025

EL PADRINO III

 

4 de septiembre 2022

No veo las dos primeras películas de la saga de Coppola desde el 12 de diciembre de 2009, en una doble sesión en la Filmoteca de la Avenida de Sarrià. Han pasado por tanto casi trece años, casi los dieciseís de transcurrieron entre la segunda y la tercera parte. No es que haya sido expresamente buscado pero sí que quería sentarme a ver la tercera parte con otros ojos, siempre la había visto justo después de las dos primeras, produciéndose un inevitable sentimiento de "bajón", quería volver a verla no "para que me guste más" (cada vez eso me parece más simple y más aburrido) sino para de alguna manera comprender mejor. Ya habré escrito alguna vez, no recuerdo referido a qué película o director, que hay una rara sabiduría en el tiempo real que transcurre entre una película y otra y que nuestra accesibilidad a todas las películas de una filmografía falsea de alguna forma esa perspectiva temporal (y bienvenido sea ese privilegio, desde luego). En "El padrino III" esa perspectiva temporal es definitivamente el gran tema de la película. Las sombras y los reflejos de las partes anteriores no son en absoluto inercias o deudas comerciales como me parecía en épocas imberbe sino la propia esencia de la película, que no es sino un bellísimo film de fantasmas, que camina por un sendero completamente distinto a las dos partes anteriores, un sendero que hace ociosas (sin dejar de ser por supuesto legítimas) las comparaciones.

Y es que yo creo que, y lo digo sin melancolía, que el hecho de comenzar a percibir (y eso que estamos todos solo en la cuarentena) canas, pliegues y arrugas en personas a las que conozco desde hace más de diez años, me ha hecho entender esta enorme película familiar, donde el personaje de Joe Mantegna o la trama vaticana me interesa relativamente en comparación con estos grandes temas de índole shakesperiana, y en la que la marca del paso del tiempo es la película sobre unos necesariamente avejentados Al Pacino o Diane Keaton, habitando entre espectros, como esos planos desérticos del lago Tahoe que abren la película, ese Michael Corleone que descubre que solo la herencia da sentido a la vida y que sin ella solo queda morir (herencia ya sea la de sus hijos, el independiente y la que no sabe muy bien qué papel ha de jugar-la propia hija del director, de la que al propio Coppola no se le escapa qué extraño y cruel juego se estableció entre la película y la vida real) o la herencia que transmite al joven Vincent Mancini-Corleone.
Lo extraordinariamente bien medido que está el film, y eso se comprueba mejor en casa, con media hora de celebración familiar (en espejo con la primera parte), con la aparición de Sicilia justo en el ecuador del metraje, y ese grande finale operístico en el teatro Massimo de Palermo, una pieza de un virtuosismo antológico y deslumbrante que bastaría para justificar la película.Una película que funciona bastante en correspondencia con la primera como la cuarta iba a funcionar en relación a la segunda. Una película que, evidentemente fue hecha por razones económicas, pero fue hecha de tal forma que solo tenía sentido y razón de ser en 1990, como la sublime elegía que es. He visto además, y no es fácil encontrarla a día de hoy, el primer montaje que se estrenó en los cines en su día.



No hay comentarios:

Publicar un comentario