En
los días de luna llena "El amor después del mediodía" les lleva de
viaje por el placer y el terror del cuento...con Milan Vargas.
¡Había conseguido pillar a este puñetero conejo blanco ! me había costado dios
y ayuda encontrar su pista y capturarle. Tuve que desplegar innombrables
esfuerzos, engullir setas para crecer, otras para menguar, y abrirme paso a
machetazos en medio del grito de las flores...
Había tenido que triturar la cola del gato para sonsacarle la
información.
Pero finalmente, cubierto de sangre y sudor, lo
acorralé en una cuneta, al borde de una autopista de ladrillos amarillos. Antes
de rematarlo, me dijo que no era él. Según
sus propias palabras solo era su manifestación.
Tenía que seguir los rastros de sus emanaciones
para captar su esencia. Cuando me
despedí, muy a mi pesar, él y su enorme
reloj de bolsillo ya solo eran uno. El conejo no había mentido, pronto, lo
encontré. Lo perseguí debajo de inmensas arcadas oblongas, deslizándome sobre
un suelo de mármol verde. En su huida, se sumergió en la escalera si fin.
Su forma borrosa ni anciano, ni niño, brillaba con una extraña y deslumbrante
blancura que no tenía fuente. Sus ojos se agrandaron cuando lo acorralé, y le cogí
por el cuello. Lo arrojé desde la última ventana del más alto torreón. Los
clamores del viento cubrieron el ruido de su caída.
Dejando paso al sol las nubes liberaron sus rayos que cayeron sobre los
adoquines de la plaza. El reflejo me deslumbró haciéndome pestañear. Consultando el reloj del edificio
enfrente me percaté de que había llegado la hora. Tenía que asistir a mi
entrevista. La próxima vez podré añadir una nueva línea en mi currículo; puesto
que en mi espera había conseguido matarle... a él, El tiempo.
Entré dispuesto a luchar para aquel puesto de tele operador. Y me pareció
estar cabalgando siguiendo el surco las líneas del destino en un asalto hacia
la eternidad…
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