Me salté la ópera del 22, imposible seguir el ritmo propuesto, entre otras cosas porque una vez probado el coliseo real es tan difícil sentarse en casa o en los cines...pero bueno, me salte las que me salte esperan aún muchas sorpresas en este sentido.
Vamos con el CINE.
De absoluta sorpresa puedo calificar "A rainy day in New York" (Woody Allen, 2019). Un director que posee títulos muy estimables, y otros horrorosos en los últimos 25 años, pero que de alguna manera había perdido la mano para evitar padecer ciertos desastres. O el chirrido de unos diálogos toscos que se movían como un carromato que levantaba el polvo a su paso mataban por completo la película, o se imponía la retórica del teatro malo, o algún director de fotografía la mataba con sus colores chillones y pretendidamente artísticos, o las escenas eran demasiado largas, sin ritmo, cansinas, o las referencias cinéfilas y artísticas eran chuscas y casi de mal gusto. O se verbalizaba todo hasta extremos sonrojantes.
Esperaba una película estimable en el mejor de los casos pero Allen ha vuelto a calibrar con el mejor y más insólito de sus ojos. Las escenas están virtuosamente medidas, la música está muy, pero que muy bien elegida. El guion tiene el timbre primoroso de las mejores ocasiones, con la candorosa ingenuidad de una de esas "old songs" que tanto le gustan al protagonista.
Timothée Chalamet tiene un físico muy característico muy adecuado para su personaje y Selena Gomez tiene una voz preciosa y su interpretación es fantástica. Vittorio Storaro está al servicio de una película preciosa, maravillosa, y su luz sirve a la comedia y a la sincera emoción de la propuesta. Hacia mucho, muchísimo, como media vida, que no terminaba una película de Woody Allen con las mejillas sonrosadas y un pequeño nudo en la garganta: para mi su mejor película de los últimos 25 años.
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