Despierte la novia, despierte.
De Carlos Saura admiro muchas cosas, como merece el verdadero titán de la cinematografía española que es (aunque hace años alguna cosa risible o abiertamente despreciable creo que también vi). Además de traer el cine de la memoria de Bergman o Fellini a las coordenadas españolas (con ese espléndido ciclo Querejeta), como un Angelopoulos pudo hacerlo en Grecia, como se dispersó por toda la Modernidad europea o mundial, Saura es también conocido y quizás sea algo menos prestigioso por su faceta musical.
Quizás sus documentales sean menos apreciados pero por ejemplo yo siempre retengo en la memoria el espíritu y las hechuras sonoras de ese verdadero y maravilloso musical quinqui que es "Deprisa, deprisa".
El amor por lo musical en el cine tiene que ver con el amor y la comprensión por el artificio y la mentira. Con la comprensión del gesto y del movimiento de la danza y el valor cinematográfico de la música. El musical como el melodrama son para mi formas estilización y falsedad bien entendida asimilables al cine fantástico y de terror. De hecho si se piensa por ejemplo en una película como "Las zapatillas rojas" no deja de ser una mezcla de todos esos géneros. Y si se piensa en esas películas sobre la memoria sentimental, sonora y trágica de un país tampoco las podríamos alinear con el realismo más descarnado, que no pocas veces es lo menos cinematográfico que existe, y cuando el realismo es cinematográfico suele llevar alguna forma de poesía o artificio aparejada (De Sica o Bresson).
"Bodas de sangre" (Carlos Saura, 1981) es la primera película abiertamente musical que hizo el director y la primera de una trilogía que confieso que aún no he visto, así pues no puedo baremar si hay resultados aún mejores. Producida por el gran Emiliano Piedra y dedicada a Emma Penella. La primera media hora la ocupa una semblanza muy interesante sobre un Antonio Gades que narra como llegó a la danza, incluyendo su relato de su vida en París viendo "todo tipo deformas de arte". Gades es una presencia fascinante que se adueña de la escena.
Los siguientes cuarenta minutos son el ensayo de un espectáculo suyo de 1974 sobre la obra de Lorca, donde además interpreta uno de los temas Marisol. No se desarrolla en un escenario teatral sino en un estudio de baile con su correspondiente espejo, reforzando de forma para mi muy bella su pertenencia a ese cine del artificio, del gesto y del detalle visual y sonoro.
La escena está pues completamente despojada de cualquier escenografía realista pero la luz de Teo Escamilla y la mirada atenta y devota de la cámara al arte hermano del movimiento depara un tramo final de una violencia espectral muy hermosa.
A ver si próximamente puedo ver las otras dos en una copia tan reluciente como la que ofrece el canal ARTE en un pequeño ciclo sobre cine español.

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