lunes, 17 de junio de 2013

TOKIO BLUES



Norwegian wood
Haruki Murakami, 1987
Tusquets, 381 páginas

Los vivos y los muertos

Salvando el chiste de mi mujer, que sonreía hace días diciendo que ya sabía lo que yo iba a decir al finalizar la novela (y lo he dicho con la boca muy pequeña y sonriendo avergonzado porque soy muy previsible), el recuerdo más impactante que guardo y guardaré de esta novela es la sensación de profunda angustia física y vital, a 50 páginas del final, que me invadía esta mañana al salir de la estación al sol de Barcelona. El dolor y el alivio mezclados de haber sobrevivido y haber ganado (quiero creer que no temporalmente y quiero creer que gané desde siempre), una elección que se hace en un momento crucial de la vida en el que se camina al filo de la navaja entre los vivos y los muertos, entre los vivos y los muertos en vida, entre los vivos y los sentenciados. El dolor y el alivio de haber sobrevivido y no ser uno de los muchos y muchas Naokos que quedaron por el camino, vivos o no. El alivio y la esperanza de que los que vengan hagan las elecciones vitales más que correctas necesarias para ser felices, para no provocarse o provocar daño.

La novela de Murakami es una novela iniciática, usa una gran profusión de relaciones sexuales incompletas con un simbolismo quizás simple pero muy significativo. Es un retrato de un impass vital que tiene que ver con la edad o con la actitud, una crónica de las relaciones entre cuidadores y cuidados, entre caballeros y damas en apuros, entre fieles amantes o fieles castrados y seres perdidos que no pueden ni quieren ni nunca querrán encontrarse.

Una novela lúcida sobre la locura de locos y de cuerdos, ambos no se atreven a traspasar el umbral, quizás porque tiene mucho de terrorífico, de lo difícil y lo responsable que resulta decidir ser feliz con uno mismo y honesto y consecuente en las relaciones con los demás, en llevarlas hasta las últimas consecuencias, sean las que sean. O el simple y elemental umbral de decidir cuidarse a uno mismo para poder cuidar y querer a los demás si no se opta por el aislamiento consciente, decidido y protector.

Una crónica tierna y comprensiva con la época de la vida en la que se adoran y se idolatran los sanatorios, los lugares donde restablecerse  (pisquiátricos o no), donde se santifican los libros, la música y los rituales de la bebida y la comida.

Nada es cítrico ni demoledor en el relato con sus personajes, a veces lo es más con la época (ni si quiera se detecta simpatía por las protestas universitarias del Japón de finales de los 60), nada sugiere que las cosas deberían ser de otra manera, pero esta es una verdadera "isla del tesoro", del sexo y de la vida, del crecer, arriesgar, vivir y pasar los años (algo por lo que podemos dar las gracias a lo que queramos y a quienes queramos, a pesar de nuestra arrogancia y vanidad peterpanesca, que lamenta el mayor don que tenemos y la mayor de nuestras dichas). El paso de los años, esa mezcla entre la remembranza del dolor neurótico de la juventud y la plenitud de las relaciones en paz con los demás y con nosotros mismos conseguidas en nuestro particular relato iniciático hacia la vida, que es mucho mejor que aquella dulce y lujuriosa tortura heroica y literaria que soñábamos a los veinte años.. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario