Paul Schrader llega tarde a la dirección de cine, en plena época post-Lucas, y retoma las señas de identidad de sus compañeros de generación y el cine con el que habían despuntado, bañándolas en una nueva década en la que el cine y Estados Unidos habían cambiado de forma radical.
Empieza raro con "Blue collar", que es insólita para hoy en día, que ya no se ven fábricas ni sindicatos en las películas americanas, pero desde "Hardcore" teje una línea sólida e imbatible que se extiende hasta "The canyons", al margen de resultados y valoraciones que se hagan de cada una.
Si en "Hardcore" reconstruía "Centauros del desierto" para hablar de imágenes, de reflejos y de descubrimientos, en "American gigoló" llega a estampar "Pickpocket" en la cara casi a la manera brusca en la que cita su compañero Brian De Palma, con el que tiene y no tiene nada que ver, pues hay algo visualmente muy primitivo en los dos y muy expresivo, son los objetos, las composiciones, los movimientos imposibles y los rostros los que hablan, no las tesis formuladas. Sus fotogramas están compuestos de películas anteriores, casi sin vida real, pero con un arrojo propio que sólo se debe a si mismo. Con un amor por filmar y por el cine como única religión, casi a la manera de Hitchcock.
"American gigoló" puede hacerse innecesariamente larga y previsible, va contra las reglas de una narración que pueda captar el interés, pero está filmado como si cada plano fuese el último posible, sin arreglo a reglas, a formalidades, a monotonías televisivas o a indeseables funcionalidades.
Es una película rara, desconcertante, muy de su década, que provoca sentimientos encontrados entre el aburrimiento y la admiración, y que como otro afortunado disparate (que podría haber dirigido perfectamente De Palma), ese fulgurante "Cat people", hace estéril cualquier tipo de comparación con el referente de Bresson en el que se mira.
No hay comentarios:
Publicar un comentario