Hay un momento de la obra de Shakespeare que no recordaba y me parece especialmente hermoso, cuando Casio en el acto III, una vez consumado el crimen, exclama que esa escena va a ser recordada por la ficción a lo largo de los siglos por acentos y naciones que aún no son conocidas. Un momento metalingüístico extraordinario. Quizás porque ése parece ser el cometido de esta obra dirigida solo tres años después de una producción independiente que puede verse por youtube y que contaba con un jovencísimo Charlton Heston como Marco Antonio, que todo hay que decirlo volvería a repetir el papel en la más que interesante versión de Stuart Burge de 1970.
Pero a lo que iba, ésa parece ser la misión de este director intelectual que había vivido en la élite cultural neoyorkina, viajado a Berlin y aprendido psicoanálisis y teatro alemán, impresionado por Reinhardt o Brecht. Joseph Leo Mankiewicz les trae a Shakespeare a estos californianos bronceados en un momento en que Hollywood solo parece entender Roma en Technicolor y Cinemascope, filmando una película estéticamente discreta en despliegue pero terriblemente expresiva en un blanco y negro cuadrado que ya no tenía referentes hermanos, un verdadero anti-peplum.
Y les trae no la obra más agradecida, yo siempre he bajado la guardia en el acto IV, pasado el discurso de Marco Antonio, pero ya sea leída o vista en un par de versiones. Les trae una obra exigente y lo suficientemente icónica y poderosa para que James Mason, prácticamente el protagonista, Louis Calhern, John Gielgud (que aquí es Casio y sería Cesar en la versión del 70), Deborah Kerr, Greer Garson y cómo no Marlon Brando la conviertan en cine legendario. Si hasta Edmond O' Brien, que a mi me produce una animadversión de los más singular e intransferible, debo reconocer que aquí está más que bien.
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