martes, 4 de febrero de 2020

LOS AMANTES CRUCIFICADOS

Ya es muy difícil liquidar la cuestión Kenji Mizoguchi basándose en nuestras viejas clasificaciones entre lo "emotivo" y una cierta contención y sobriedad que le atribuíamos a Ozu. Sin ponerlos a competir por ver quién es mejor, si viendo una película como "Los amantes crucificados" (1954) se sienten mariposas en el estómago, la vieja fiebre de los veinte años, el chute de sustancias naturales cerebrales que hace innecesario apoyarse en otras sustancias más dudosas y la convicción de que el director es mi predilecto entre los japoneses, es también cierto que el misterio está cada vez más abierto.
Puedes intentar establecer líneas geométricas mentales en las composiciones, puedes intentar detectar movimientos de cámara que sentencien y toparte con que ves menos de los que recordabas en el director. Y si te aferras lo sentimental, hasta la declaración de amor de la barca a la hora de película no hay tanto que apele a las emociones, al contrario, la declaración llevaba tejiéndose una hora en un guion cocido fuego lento pero no detenido ni un solo plano. La película es un ejercicio de prestidigitación invisible, de mago que no revela sus secretos y ni si quiera la recordaba como una de mis favoritas entre favoritas. Además van si cabe a mejor.


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