En 1916 se estrena tal como la conocemos hoy en día, salvo alguna vez en que el festival de Edimburgo ha recuperado la velada de 1912. Un prólogo en el que una compañía de ópera seria y una compañía de ópera buffa se enfrentan para ver quién actuará primero en la velada, hasta que el burgués que los ha contratado decide que deben actuar las dos a la vez y que conocen suficientemente su oficio para saber cómo.
La ópera dentro de la ópera, un precioso ejercicio metaoperístico que desde la cinefilia podríamos decir que es algo así como "Los viajes de Sullivan" del mundo de la ópera.
El prólogo nos lleva al acto único, que ciertamente mezcla la opera seria y la buffa en una trama sencillísima de mitologia, desamor y clavos que sacan otro clavo. Una parte dramáticamente más convencional, menos sorprendente pero con unos minutos finales en lo musical deliciosos.
Un acto único más áspero, más extraño, más atípico y más desconcertante de lo que los aficionados de medio vuelo tenemos costumbre pero que no deja dudas de la pertenencia de esta obra, dentro de sus incomodidades dramáticas o musicales a las antologías de lo más original que ha dado el género.
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