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jueves, 1 de marzo de 2018
lunes, 5 de febrero de 2018
EL HILO INVISIBLE
Ya hemos apuntado anteriormente en este blog que Paul Thomas Anderson va configurando una carrera en la que va desarrollando un progresivo desencorsetamiento de referencias y anclajes y una mayor y más maravillosa libertad y personalidad.
En las páginas de "Amanece Metrópolis" ya celebré su anterior pelícuña "Inherent vice" como una búsqueda en una valiosa novela de materia cinematográfica, un balón de oxígeno a un cine, el actual, a veces tan endogámico.
"El hilo invisible" es un nuevo jalón en una búsqueda inquebrantable, un nuevo paso en un camino que se ha convertido en vuelo. Todo pasajero de un avión sabe que cuando las luces indican que nos podemos quitar el cinturón de seguridad es cuando estamos volando de verdad. Y con Paul Thomas Anderson ahí estamos.
Si "Inherent vice", tras su engañoso tono de hermanos Coen, estaba rasgada por una novela, aquí es la sobrenatural banda sonora de Jonny Greenwood, aderezada con clásicos, la que rasga y modula las imágenes de lo que parecía simplemente la traslación al siglo XXI de historias tipo "Rebeca" de sir atormentado y muchachita inocente.
No es eso o es muchísimo más que eso. Es una película libre y poco narrativa, no porque no cuente nada, que sí lo cuenta sino que no está simplemente destinada a un desarrollo y una conclusión como fines a lograr de la forma más eficaz y economicista posible. En ese sentido es un film a contracorriente.
El espectador no tiene más remedio que solazarse en su bellísima, sublime y perturbada ejecución, obviando hacia dónde conduce y disfrutando de la ausencia de conclusión entendida como cierre solemne de los frentes abiertos.
Primer estacazo maestro de los estrenos de 2018, lista para ratificarse presumiblemente en siguientes visionados más que para quedarse en el limbo de la duda. Quienes lamenten ese cine de guion que no deja poso visual no deberían perdérsela. Si suelo cuestionar la decisión de escribir y dirigir al tiempo aquí P.T Anderson da con la clave. Es pudoroso y mínimo con el guion, con el rechinar de las frases que escribe, precisamente para poder volar alto con su dirección.
jueves, 11 de febrero de 2016
INHERENT VICE
Puro vicio (Paul Thomas Anderson, 2014)
Uno de los defectos más agotadores de las películas del cine contemporáneo, o uno de los sufrimientos más notorios que conlleva el seguimiento de la actualidad cinematográfica (conozco pocas tareas más ingratas, más inútiles y más innecesarias si no se cobra por ello) es siempre el mismo. Un director-guionista con alma de genialidad ha decidido que puede crear de la nada un guión, con unos personajes, una trama sostenible, creíble y atractiva y además a posteriori tramar una puesta en escena, dirigir a unos actores y montar una buena película.
La pretensión de tan excesiva se suele estrellar demasiadas veces. Ni si quiera en películas malas, simplemente en proyectos que empiezan a volar y se desmoronan a mitad o a final de metraje. Ideas atractivas que no aguantan y demasiadas películas que caen en el olvido más penoso y deprimente sin ser si quiera malos trabajos.
Además hay algo que lo suele empeorar. Dos cosas por lo menos. Nuestro genio no suele tener amigos, ni pareja, ni hijos, ni enemigos ni medio conocidos que o bien les echen una mano en el guión, o bien se lean el guión y se atrevan a decir todo aquello que no funciona o es susceptible de ser mejorado.
La otra cosa que lo empeora es algo en lo que hemos caído todos más o menos, pero si no haces cine puede no ser tan grave. El genio busca en el cine visto o en el cine por ver. Las películas se estrellan en un ensimismamiento enfermizo de cine dentro del cine y sobre cine una. Pocos tienen a su alcance ser Godard o ser Scorsese.
Pocos están dotados para convertir en películas lo aprendido en su experiencia vital, pero quizás sería conveniente buscar más en otros caladeros que no conviertan el cine contemporáneo en un exasperante juego autorreferencial.
Paul Thomas Anderson es quizás una de las más grandes y más importantes voces del actual cine USA, y el principal motivo para mí es que no ha detenido su carrera en el ensimismamiento en su genialidad, sino que ha proseguido la búsqueda incansable de su camino y ante el posible agotamiento de ese camino lo ves tomar los desvíos convenientes y sospechas además que reflexionados.
Tras la matriz scorsesiana de sus primeras obras y de sus relatos de emociones fragmentadas y ascensión y caída, emprendió otro camino con “Pozos de ambición”, heredero de Kubrick o del cine mudo, siempre suyo en cualquier caso, y siguió andando por esa senda con “The master”. La inventiva de Anderson no se cansa ni se detiene y su proverbial perspicacia es la que le pudo dictar que quizás el camino estaba agotado y convenía dar un giro.
Anderson podría haber escrito otro guión original como el de “The master”, como hacen muchos, aupados por los vítores que les recuerdan día sí y día también su propia genialidad.
Pero no se contentó con eso y emprendió el camino de la adaptación de un prestigioso escritor, que además posee fama de ilegible e inadaptable, el norteamericano Thomas Pynchon y su novela “Inherent vice”, según dicen la más accesible, la más legible (y según algunos) la menos interesante de las suyas.
Leyendo antes de ver la película “Inherent vice” no cuesta mucho ponerse en los ojos de Anderson, en su posición artística posterior a “The master”. Imaginar qué le interesaba y qué le motivaba a configurar su propio universo con ella, su propia adaptación, su propia película.
“Inherent vice” es una novela heredera de la imaginería de Raymond Chandler pero traladándose a finales de los años 60, a un momento de ruptura y desencanto del sueño hippie, traído por la irrupción de Charles Manson y el poder oscurecedor de la era Nixon.
Es una novela tan atractiva, alocada, como de trama incomprensible, aunque eso, y no es un tópico, es recomendar que se actúe con sentido común, acaba dando igual (y es que el Arte con mayúsculas, señoras y señores, yo soy de los que piensan que no es un suddoku que deba ser resuelto, y unas dosis de misterio e incerteza son la mar de sanas).
Anderson le da cara a la voz narrativa y poetiza la tercera persona, refuerza su carácter evocador, dándole para empezar inequívocamente un aire elegíaco a su desenfrenado noir.
Tras la película hay un ingente esfuerzo de puesta en escena, Anderson apenas ha de pensar en la fortaleza del guión literario. Se lo ha traído desde una novela muy trabajada, y muy bien trabajada, donde no dejan de pasar cosas, donde el lector no se aburre. No se ha de plantear demasiado dónde y cuándo baja el interés, puede permitirse el lujo de pensar en otras cosas y ratificar que no ser el autor omnímodo tiene enormes ventajas.
“Inherent vice” es además de entretenida un ejercicio deslumbrante de puesta en escena. La ligereza de la trama transcurre a través de un poder enorme en sus imágenes, en sus actores, en cómo van vestidos, en cómo se conducen, en sus movimientos de cámara y sus composiciones.
Anderson ha cogido la novela y no la ha adaptado mecánicamente. La ha utilizado como barro que moldear amorosamente como director de cine y ha elegido en esta ocasión ser fundamentalmente un director de cine (lo cual no significa que el guión no haya que escribirlo previamente, claro, pero no es lo mismo que trabajar sobre la nada).
La prueba de esta peregrina teoría está en sus dos horas y media de metraje. Pocas películas contemporáneas tienen el ritmo, la belleza, el humor, la melancolía de nuestra canción favorita como la tiene “Inherent vice”. Hay en ella un aire etéreo, juguetón, inocente pero concienzudamente trabajado que no hay en ninguna o hay en muy pocas. Anderson sabe que, como nos contaba Donen en la ceremonia de los Oscar, su película es su mirada, cómo recoge el testigo de su cine anterior y lo recicla y lo actualiza (con ese raro puntito hermanos Coen), pero que su película, que su maravillosa película es la novela de Pynchon, es la música de Jonny Greenwood, es la fotografía de Robert Elswit, es la interpretación pilla de Joaquim Phoenix, las apariciones de ese sueño perdido que es Katherine Waterston…
Y que todo eso lo ha ido a buscar a una novela, fuera del cine. Decía la última vez que me parecía muy difícil que los chicos de Pixar siguieran haciendo cine tras la cima que representa “Inside out”. “Inherent vice”, que es otra obra maestra, de otro tipo, representa justamente lo contrario, las ganas de seguir buscando, de seguir filmando, y las ganas de contar con los demás. Las simples y puras ganas de vivir.
lunes, 5 de octubre de 2015
martes, 31 de marzo de 2015
NATIONAL GALLERY+INHERENT VICE
¿Qué tienen en común dos obras sublimes tan aparentemente distintas como "National gallery" de Frederick Wiseman e "Inherent vice" de Paul Thomas Anderson?
Procuraré entrar en ellas en los próximos tiempos desde las páginas de "Amanece metrópolis". De momento hacer notar que las dos buscan hacerse jarrón de materia cinematográfica con el barro de otras artes.
Frederick Wiseman mira y es mirado por las salas de la National Gallery londinense, un lugar inagotable (qué insuficientes me parecen las dos ocasiones en las que he estado allí). Y gracias a esa materia prima, a los prodigiosos desafíos a los que debe hacer frente la pintura, descubrimos con magia infinita un sinfín de historias de todo pelaje en tres horas tan agotadoras como intensísimas.
Paul Thomas Anderson va a buscar una película a una novela reciente de Thomas Pynchon. Leída la novela la elección no puede ser más inteligente. Vista la película, el factor elección se revela fundamental y refrescante. Un paso adelante.
Wiseman y Anderson salen del ensimismamiento de la propia genialidad. Ése que hace dar a tantos vueltas sobre si mismo y sobre la nada. Buscan cine fuera de ellos y fuera del propio cine y gracias a eso lo hacen avanzar.
He visto estas dos prodigiosas y alucinantes películas, que seguramente se contarán entre lo mejor de la década, en algo más de 24 horas. Algo que va a ser, muy, pero que muy difícil de olvidar. Y qué mejor momento, inspirado por estas dos maravillas, para oficializar que a partir del 6 de septiembre, y alguna seta no cinéfila saldrá de tanto en tanto entre domingo y domingo, "El amor después de mediodía" deja de estar íntegramente al cine para abrirse en concreto a la música, la literatura y la pintura.
El domingo 28 de junio se publicará la última entrada acostumbrada y todos los miércoles de verano habrá un extra en forma de programa doble veraniego.
El miércoles 26 de agosto finalmente, una entrada dedicada al cine del escritor Alain Robbe-Grillet servirá como puente para un nuevo enfoque, tan sólo aconsejado por mi personal e intransferible estado de ánimo, al que le es imposible seguir escribiendo desde la monogamia cinéfila, que hubiese imposibilitado la existencia de dos peliculones como los de Wiseman y Anderson y el inmenso y arrollador placer a cabeza y corazón que me han proporcionado ambos.
Procuraré entrar en ellas en los próximos tiempos desde las páginas de "Amanece metrópolis". De momento hacer notar que las dos buscan hacerse jarrón de materia cinematográfica con el barro de otras artes.
Frederick Wiseman mira y es mirado por las salas de la National Gallery londinense, un lugar inagotable (qué insuficientes me parecen las dos ocasiones en las que he estado allí). Y gracias a esa materia prima, a los prodigiosos desafíos a los que debe hacer frente la pintura, descubrimos con magia infinita un sinfín de historias de todo pelaje en tres horas tan agotadoras como intensísimas.
Paul Thomas Anderson va a buscar una película a una novela reciente de Thomas Pynchon. Leída la novela la elección no puede ser más inteligente. Vista la película, el factor elección se revela fundamental y refrescante. Un paso adelante.
Wiseman y Anderson salen del ensimismamiento de la propia genialidad. Ése que hace dar a tantos vueltas sobre si mismo y sobre la nada. Buscan cine fuera de ellos y fuera del propio cine y gracias a eso lo hacen avanzar.
He visto estas dos prodigiosas y alucinantes películas, que seguramente se contarán entre lo mejor de la década, en algo más de 24 horas. Algo que va a ser, muy, pero que muy difícil de olvidar. Y qué mejor momento, inspirado por estas dos maravillas, para oficializar que a partir del 6 de septiembre, y alguna seta no cinéfila saldrá de tanto en tanto entre domingo y domingo, "El amor después de mediodía" deja de estar íntegramente al cine para abrirse en concreto a la música, la literatura y la pintura.
El domingo 28 de junio se publicará la última entrada acostumbrada y todos los miércoles de verano habrá un extra en forma de programa doble veraniego.
El miércoles 26 de agosto finalmente, una entrada dedicada al cine del escritor Alain Robbe-Grillet servirá como puente para un nuevo enfoque, tan sólo aconsejado por mi personal e intransferible estado de ánimo, al que le es imposible seguir escribiendo desde la monogamia cinéfila, que hubiese imposibilitado la existencia de dos peliculones como los de Wiseman y Anderson y el inmenso y arrollador placer a cabeza y corazón que me han proporcionado ambos.
sábado, 5 de enero de 2013
THE MASTER
"The master" pisa fuerte y amplifica el camino de perfección de Paul Thomas Anderson, una insólita figura en el cine americano, que con sólo 42 años ofrece una perspectiva tan sugerente, extasiante, como total y absolutamente imprevisible.
La fuga de Paul
El mejor relato de Paul Thomas Anderson es quizás su propia carrera como director. O al menos el relato que yo haría de ella, que muchos fans no compartirán. No he visto "Sidney", pero comencé el periplo con "Boogie nights", una película muy bien anclada en el cine de los 90 y en el relato de ascensión y caída acompasado por la disco que Martin Scorsese había apadrinado con su histórica "Goodfellas". También estaba muy bien anclada en su tiempo, y lo trascendía brutalmente y casi anticipaba para bien y para mal el nuestro "Magnolia". Una historia, o varias, que sobrepasaba el "Short cuts" de Robert Altman y que casi constitutía el germen de Christopher Nolan (de cuyos Batman Anderson es fan), excesivamente zapeante y monocorde dentro de su ritmo me pareció en su momento, tanto como fascinante cada vez que la recuerdo o le echo un vistazo fragmentadamente.
Desde entonces las películas de Anderson me provocan parecidas sensaciones a un director con el que nada tiene que ver, Stanley Kubrick, a veces incluso no gustándome, o no convenciéndome o no emocionándome, sus películas siguen en mi memoria, las tengo presentes para revisiones futuras, tienen un algo seductor que me mantiene vinculado a ellas.
Algo empieza a quebrarse con "Punch drunk love" (en España Embriagado de amor), una excéntrica comedia romántica, fuera de todo contexto, que pasó mucho tiempo por ser mi favorita de Anderson, tendría que revisarla, en la que utilizaba magistralmente al icono del género Adam Sandler.
"Punch drunk love" creo que supone la primera fuga de Paul de su propio y vertiginoso virtuosismo, la primera película que no tiene absolutamente ninguna relación con lo que están haciendo sus compañeros de generación, y el arranque en la búsqueda de una creatividad única, emocionante, inclasificable y sobre todo reposada y ya en una nueva década con el relato recompuesto de sus pedazos.
Sigue ahondando en ese camino con "There will be blood" (Pozos de ambición), con un inicio que remite a la expresividad del cine mudo y un desarrollo que tiene mucho que ver con la perfección y la gelidez que también podría tener un Stanley Kubrick. Es una película tan poderosa como desconcertante, una de las que más me apetecería volver a ver y que magnifica otra de las características del cine de Anderson: el carácter inconcluso de la mirada sobre ellas, que siempre es una primera mirada, y "The master" no es una excepción.
La Causa
Si "There will be blood" hundía alguna de sus raíces en el mudo, "The master" remite o sugiere sin homenajearlo torpe o babosamente una cierta ligazón con el primitivismo visual y el naturalismo de gran novela americana del cine de Erich Von Stroheim
Es probable que los estrenos de 2013 puedan traer cinco o seis películas superiores a "The master", pero es improbable que alguno de ellos tenga entre sus haberes la banda sonora del año, el impresionante trabajo de Jonny Greenwood, que dota al primer tercio de la película de una fascinación extraordinaria, de la condición de experiencia audiovisual sin parangón.(Fascinación a la que no son ajenas las imágenes de Mihai Malaimare jr, al que Anderson utiliza muchísimo mejor que Coppola en su etapa I'm free, ni es ajena la presencia del director de arte de Malick, el tremendo y mítico Jack Fisk).
La historia que se cuenta, la deriva mental del personaje del maravillosamente sobreactuado Joaquin Phoenix en manos de la organización que dirige el personaje de Philip Seymour Hoffman, no es que no sea importante o interesante , pero lo que verdaderamente arrebata es la creación de otra dimensión mental que se consigue para contar esa historia. Anderson nos mete de lleno en el mar o en el desierto, en la ciudad, donde sea, donde quiera. No me parece una película de especial reflexión social o religiosa.
A mitad de película hay un cierto punto de saturación narrativa de tanta fascinación, de tanto misterio, el colega con el que la vi y yo dimos una leve cabezada. La película es algo larga, pero cuando sacudes la cabeza y te das un par de tortas la retomas con todos sus misterios y todos sus interrogantes. Con todas sus incertezas.
"The master" procede directamente de "There will be blood", seguro, pero no la repite rutinariamente. Se da la mano con el anterior Anderson, pero cuando extiende la otra no sabemos a dónde irá. Es para mí probablemente la más emocionante y maravillosa película que haya hecho hasta este momento. Y sólo he aplicado sobre ella una primera mirada, sus fotogramas se me desparraman huyendo por todos los resquicios.
La próxima vez que traiga a Anderson a este blog habré hecho los "deberes" y habré vuelto a ver todas o algunas. Lo hacemos todo por este señor que no se estanca, ni se duerme en sus viejos laureles y progresa exponencialmente en la creación de su insólito y brillante Arte. La frecuencia algo espaciada le sienta bien, centrarse en pocos personajes le sienta bien, Jonny Greenwood le sienta de fábula. El cine le sienta bien.
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