jueves, 26 de mayo de 2016

EL TESTAMENTO DEL DOCTOR CORDELIER

2013 fue un año de invitaciones. El popular Un blog comme les 

autres, probablemente el mejor blog en castellano dedicado a la 

prospección cinéfila me concedió el honor de invitarme a su fiesta 

de cumpleaños.


CORAZONES CRISTALINOS (Sergio Sánchez)

Hay algún amigo con blog que ve el cine compuesto por parcelas y dentro de esa diversidad de parcelas cobran especial importancia para mí las últimas películas de los más grandes, que convirtieron el cine y el oficio en algo fácil, grácil, ligero pero imposible e inasible para los directores de categoría inferior.


No es fácil explicar por qué uno prefiere “Man’s favorite sport” a“Bringing up baby”, no porque no sea una opinión muy extendida, sino porque en las propias películas la segunda parece hacer más evidente su talento, su brillantez y su importancia, la primera, sin darse aires dice lo mismo o más con esa admirable humildad, despreocupación de si misma e inconmensurable e invisible majestuosidad.

Quizás sólo Ford y Hitchcock, al menos en el cine USA, han llegado a despertar más admiración en su última etapa que en las primeras, pero para mí el tema de las “últimas películas” ha llegado a ser un pequeño caldo de cultivo de pasión y obsesión cinéfilas.

Me gustaría referirme  a un solo ejemplo descubierto últimamente, aunque hay muchos más y mucha tierra por quemar entre la afición que nos pueda leer. Ellos ya seguirán viendo “A Countess from Hong Kong”, el díptico indio o el último Mabuse de Lang o cuantos ejemplos puedan ocurrírsele o despertar su curiosidad o afán de revisión.

“Le testament du docteur Cordelier” raramente podría haber subido con facilidad a los altares. Sobre todo porque no esRobert Louis Stevensonun escritor al que la cinefilia tome demasiado en serio, ni es fácil afirmar que una gran obra de Renoir (del que gusta recordar una y otra vez sentencias importantes como “todo el mundo tiene sus razones”) es esta divertida y apasionante versión de Jekyll Hyde.

La película tiene una media hora inicial desde el punto de vista del Bien, de la legalidad, que podría relacionarse con el cine mabusiano de Fritz Lang, continuando  con esas corrientes ocultas comunicantes entre la obra de sus dos dispares directores. El punto de vista de la policía inquieta y amenaza con convertirse en algo un tanto rutinario y monótono pero le sienta bien a la película antes de que un asesinato clarifique a todas luces cuál es el quid de la cuestión y de qué obra literaria estamos hablando, y el punto de vista se desplace hacia la tragedia de Cordelier-Opale.

Jean-Louis Barrault interpreta a un Opale/Hyde memorable e inquietante que suple muy bien un cierto titubeo o desconcierto inicial en el espectador ante el guión y cubre las espaldas de la película hasta llegar a su deslumbrante y frenética  segunda mitad, donde resulta apoteósica la confesión de Cordelier que arranca con Lise, esa criada alemana que celebra la vida (como si fuera “Une partie de campagne” como si fuera un Renoir en color) ante la hipocresía de un Cordelier/Jekyll reprimido, o esa paciente cuyo desvergonzado rostro no revela precisamente que nuestro Cordelierdeba esperar a la anestesia alguna.

Renoir, del cual uno sospecha que más que su película más que avisar de los peligros de la ciencia deja relucir el horror al que conlleva la represión, si es que realmente quería decir algo (con la torpe altisonancia que se le da hoy al verbo “decir”), lo filma todo con esa facilidad cristalina y seguridad suprema y bellísima a la que nos referíamos, sin vociferar su talento ni su capacidad de seducción, dejando ese frenesí sea sólo de hechos, pero no de imágenes, y arranca con su llegada a la televisión para presentar la película, lo que supongo que en la Francia del momento supondría un mágico juego de espejos en su presentación televisiva.

No hay comentarios:

Publicar un comentario