1984: Magnífica novela, un tanto obvia en sus alusiones, más dirigidas hacia los totalitarismos comunista o nazi que hacia las interpretaciones que hacemos hoy en día respecto al comportamiento de los regímenes capitalistas, anticipa mucho de lo que estamos viviendo (sobre todo lo referido a la corrección política del lenguaje y cómo altera realidades) pero me parece que no era su intención. Pone su carne en el asador del análisis del sistema pero funciona como literatura de primera clase. Y termina divinamente antes de empañarse con un epílogo farragoso digno de Tolstoi. Si es que no pocas veces he hablado mal de los epílogos.
HOMENAJE A CATALUÑA: En cambio esta obra me ha gustado algo menos, sin dejar de fascinarme pensando que fue cierta y que en esos tiempos Orwell ante su indignación frente a Franco, no pudiendo tuitear ni firmar peticiones en change.org no tuvo más remedio que coger un fusil. No es que sea una solución que añore pero no deja de impresionar a un lector del año 2017. Obra interesantísima allá donde las haya pero a uno le acaba pareciendo que precisamente la Realidad, y la Verdad, son las mayores enemigas de la Literatura.
MANON LESCAUT: Maravillado frente a la frenética ópera de Puccini no ha podido ser mayor mi chasco frente a su origen literario. Una novela del abad Prevost que a mi personalmente me resulta aburrida, sin chispa y con un punto moralista molesto nada que ver con el arrebato romántico del compositor italiano y sus libretistas que ése sí que funcionaba como debía. En fin, aún me queda la ópera de Massenet pero se demuestra que cualquier material de partida es susceptible de notable mejora y al mismo tiempo, cabe reconocer claro, sin él no existirían los materiales mejorados.
MADAME BOVARY: Relectura más de 20 años después de haberla descubierto en el hermoso pueblecito tarraconense de Prades, que bien podría ser un Yonville, mirando como mínimo el número de habitantes de Ry, el pueblecito en el que parece ser que Flaubert se inspiró. Qué decir. Obra maestra era antes y obra maestra sigue siendo años después. Mira que no soy yo mucho de su adorada "La educación sentimental" y me divierte el derroche presupuestario en vocabulario y ornamentación de "Salambó", pero la Bovary es otra cosa. Una de las catedrales de la novela, un deslumbrante prodigio. Es curioso que la infidelidad femenina haya cundido tanto, siempre desde esa perspectiva terriblemente moralista de los hombres en la que las mujeres solo encuentran insatisfacción y muerte en sus aventuras. Pero qué demonios tanta necesaria lucidez se requiere para ver eso como para ver el magisterio retratista de milagros como éste o "Anna Karenina".
Páginas olvidadas...Milan Vargas
THOMAS LIGOTTI:Algunos llaman a Thomas Ligotti “el secreto mejor
guardado del principio del siglo XXI”… habiéndole leído no me parece ninguna
exageración.
El día en que por accidente llegué a comprar
“Noctuario”, aconsejado por mi pareja (que tuvo una relampagueante intuición),
fue una revelación. De la misma manera que al abrir un libro carcomido por el
moho y olvidado en un pabellón al borde una piscina descubrí a Jean Ray y “El
Gran Nocturno”.
Por suerte en el caso de Ligotti no tengo la misma
sensación de olvido inmerecido…más bien de notoriedad injustificablemente
escasa.
Para concretar en lo que destaca el autor
compartiré un análisis del cual no tengo la autoría :
En cualquier cuento de Terror el autor suele
deslizar poco a poco detalles que descuelgan los acontecimientos de lo prosaico
y cotidiano hacia lo irreal y aterrador. La progresión además de graduar la
tensión para una mayor eficacia narrativa, permite hacer “aceptar” al lector
los elementos irreales de manera que habiéndolos digerido “se los cree”. Edgar
Allan Poe es un excelente ejemplo de este modo narrativo.
Lovecraft rompió el molde arrancado el velo sobre
el horror, haciéndolo más visible, más crudo y ofreciendo una explicación
cósmica que en vez de despejar el temor, le da una perspectiva más angustiosa.
La de un universo hostil, y de esperanzas más bien tenues y perecederas.
Ligotti no escoge ninguno de los caminos y tira por
la calle de en medio : ofrece relatos inquietantes en realidades ya de por si
enfermizas. No ofrece muchas explicaciones, a veces como Machen las sugiere. El
resultado es sobrecogedor.
Ligotti tiene una gran versatilidad de técnica
narrativa que lo hace poco previsible, tampoco lo es el núcleo de sus relatos.
Es capaz de ofrecer historias a lo Kafka o Borges donde la realidad se tuerce y
el absurdo en sí mismo es el elemento de terror (“El gestor de la ciudad”). Otras
historias son dignas del silencio de los corderos aderezados con fantasmas
(“Conversaciones en una lengua muerta”). Bucea en la nigromancia en “la voz en
los huesos”, u ofrece un potentísimo relato (que podría dar una trilogía si
hubiera querido el escritor) de mesías descarrilado en un mundo post-apocalíptico
en “El Tsalal”.
Por raro que pueda parecer más de un relato
contiene entre tanta negrura una fuerte dosis de humor y de autoderisión. Los
prólogos no sobran para los amantes de disertaciones filosóficas inquietantes.
Ninguno de los relatos del autor tiene desperdicio.
Por lo tanto si he destacado algunos es más por su valor de ejemplo ; los no
citados son igualmente dignos de leer.
MICHAEL MOORCOCK: Moorcock es sin duda un autor rompedor. Cuando la
espada y brujería solía proponer al lector bárbaros músculos y valientes
caballeros, llegó el británico para cargarse más de un molde.
En primer lugar los héroes de Moorcock suelen estar
malditos como personajes de tragedia griega y si no son tullidos suelen al
menos tener algún que otra afección genética que tiene que compensar. Por
ejemplo Elric es un príncipe albino maldito último de su linaje, divorciado con
los valores depredadores de su pueblo y obligado a una nefasta simbiosis con
una espada demoníaca del cual no se sabe quién es el dueño y quien es el
instrumento.
En segundo lugar “se acabó el bien y el mal”. Los
protagonistas tienen una causa pero se ven obligados a tomar partido en la
partida de ajedrez que se libran los dioses entre ellos para la supremacía
sobre el universo. Ninguna de las deidades se puede considerar benevolente.
Como mucho algunas son un poco más amables ; sin dejar de ser despiadadas. En
eso sus relatos suelen llegar más al lector de esta primera mitad del siglo XXI
en un mundo mucho menos sujeto al manicheismo que lo que fue el de la guerra
fría.
En tercer lugar, al igual que Howard, Moorcock
propone un mundo coherente. De hecho va mucho más allá con su concepto de
multiverso (inspirado en los avances de la física moderna de la quántica y la
relatividad). Para Moorcock la realidad está compuesta no de un universo sino
de multiverso, galaxia de universos proponiendo versiones alternativas de los
acontecimientos e incluso un concepto más relativo de la identidad. De vez en
cuando los protagonistas de Moorcock toman conciencia de que su “Yo” es más plural que lo que pensaban.
El ciclo de Elric y el de Corum son los más
destacables. Los relatos son muy buenos y amenos. El estilo es un poco más
irregular pero suele progresar a medida que el autor encontró su tono.
Si es cierto que el cine mayoritario tiene su fuente en la narrativa del siglo XIX, las novelas de Flaubert resumen, de forma no estrictamente cronológica, la historia del cine: "Madame Bovary" representa el melodrama burgués en su momento de clasicismo, la dialéctica de la realidad y el deseo; "Salambó", la huida romántica hacia mundos lejanos en el tiempo y el espacio; "La educación sentimental", la modernidad, el fin del tiempo de los héroes, el aburrimiento como espejo más fiel de la realidad.
ResponderEliminar"Bouvard y Pécuchet", que no he leído, marcaría el momento del cinismo, anticipándose a la frase de Chabrol de que la inteligencia, que siempre tiene límites, es un motivo menos interesante que la estupidez, que es infinita.
Saludos
Mientras leía "Salambó" pensaba en la "Cleopatra" de Mankiewicz, no por lo que cuenta sino por cómo en cada encuadre de ese film se desborda el lujo visual a borbotones donde Flaubert desborda los adjetivos y el vocabulario preciso sobre todo. El no acabar de entrar en "La educación sentimental" podría estar explicado por tu paralelismo pues en el lector/espectador siempre hay un pequeño punto de resistencia a la Modernidad, que a veces se vence fácilmente y a veces no. "Bouvard y Pécuchet" es sin duda una próxima parada en este escritor que sí es verdad que puede resumir en una sola obra un siglo entero merece la mayor de las atenciones.
ResponderEliminarSaludos