domingo, 28 de noviembre de 2021

STEPHEN SONDHEIM (1930-2021)


SONDHEIM, GENIO (Josep Maria Pou)

Artículo publicado en El Periódico

Aunque los payasos fueran legión, difícilmente conseguirían arrancarme hoy una sonrisa. El dolor por la muerte de Stephen Sondheim es grande en la comunidad teatral de todo el mundo. Y yo no soy una excepción. Desirée Armfeldt, la protagonista de 'A little night music', pedía, imploraba, suplicaba la entrada de los payasos (Where are the clowns? There ought to be clowns. Send in the clowns) para amortiguar el dolor de su fracaso, vital y amoroso al tiempo, acudiendo a la costumbre circense de hacer entrar corriendo a la troupe de payasos para disimular con sus chanzas y ocurrencias cualquier estropicio o accidente inesperado. Así necesitaría yo ahora de un ejército de clowns para amortiguar la pena de la desaparición del genio.


No exagero. Sondheim ha sido, en el campo del teatro musical del siglo XX, un revolucionario, un genio como lo fueron en su día Mozart, Picasso o el mismísimo Shakespeare. Ahí nos queda el testimonio de su obra completa (completa ya, por desgracia; completa ya, sin remedio). Recomiendo, por cierto, tanto para los sondheminianos rendidos como para los simplemente curiosos, 'The Stephen Sondheim Encyclopedia' de Rick Pender, publicada hace pocos meses. Un tomo de 638 páginas en el que, a la antigua manera  que nos enseñaron Diderot y D’Alembert, viene expuesto y magistralmente comentado todo lo que tenga relación con este gigantesco hombre de teatro, que eso es lo que fue también ante el asombro de todos.


Desde la elección misma de sus argumentos hasta el tratamiento inusual de las canciones, desde su extraña y atrevida manera de combinar notas y silencios hasta el reto que suponen sus continuos malabares de tiempo y lugar, desde la elaborada construcción de personajes imposibles hasta la afilada agudeza de sus letras (cada sílaba un hallazgo, cada frase un estilete: Could I leave you? Yes. Will I leave you? Guess), Sondheim nos obligó, sin más armas que su intuición y su talento, a transformar viejas rutinas, a buscar y encontrar nuevos caminos por los que hacer progresar no solo el modelo de musical heredado de los gloriosos años 30 y 40, sino, también, muchos de los esquemas mentales del teatro en general.


La prensa de estos últimos días se ha hecho eco de la presencia de su obra en nuestro país. Esta se ha dado de manera singular en Barcelona. Mario Gas, el Centre Dramátic de la Generalitat, Dagoll Dagom, el Teatre Lliure, El Musical Més Petit, La Villarroel y hasta el TNC se interesaron muy pronto por su obra. El propio Sondheim estuvo en Barcelona, golpeando con los puños el suelo del escenario del Poliorama, como muestra de aprobación y entusiasmo por el 'Sweneey Todd' que acababa de presenciar. Ahora mismo, en Málaga y en Madrid, están en cartel dos de sus mejores musicales: 'Company' en el teatro de Antonio Banderas y 'Golfus de Roma' en el Teatro La Latina. No cabe sino expresar el deseo de que lleguen pronto a Barcelona. Acudir a ver sus funciones es la mejor manera de hacer que siga entre nosotros. 

SONDHEIM, TODAVÍA

Largo todavía el duelo por el fallecimiento de Stephen Sondheim, músico, poeta y gran hombre de teatro, su figura se recuerda con todo tipo de homenajes. Quiero extenderme yo también en el recuerdo del desaparecido, compartiendo con ustedes algo muy íntimo y personal que me mantiene unido a él con la fortuna del fan cuya fidelidad obtiene, a causa del azar, un premio inesperado.

Londres, diciembre de 1995. El National Theatre programa ‘A little night music’ con Judi Dench en el reparto. Yo había asistido ya a dos representaciones en dos días consecutivos, pero la tercera y última noche de mi estancia en la ciudad me acerqué al teatro cuando faltaban apenas 15 minutos para el telón final, con la intención de esperar a unos amigos que habían ido a ver la función de ese día. El amplio vestíbulo estaba vacío y en penumbra. Solo en una mesa del bar un hombre escribía inclinado sobre el papel. Lo reconocí enseguida. ¡Era Sondheim en persona! Superada mi timidez, me acerqué con discreción. Acerté al presentarme, porque dije: “Excuse me, Mr. Sondheim, I’m an actor from Barcelona…”. No me dejó continuar: “Oh, my God! Barcelona! Do you know Mario Gas?”. Se levantó, apretó mi mano y empezó a hablarme de las excelencias del ‘Sweeney Todd’ que había visto en nuestra ciudad. Me invitó a sentarme y siguió hablando con entusiasmo de la función del Poliorama sin que yo pudiera hacer otra cosa que escuchar y asentir. Pero cuando la conversación parecía haber tomado ya pista suficiente para remontar el vuelo, se encendieron las luces y el lugar empezó a llenarse de los espectadores que salían de ver la representación. Algunos reconocieron también al maestro y se acercaron hacia nosotros. Vi el terror en su cara. En un rápido gesto me firmó en una hoja de su bloc el autógrafo que no había llegado a solicitarle, se levantó, me apretó fuerte la mano en señal de despedida y desapareció a toda prisa por la puerta que conducía a las dependencias interiores del teatro. Estaba claro que yo le había entretenido más de la cuenta y que no deseaba encontrarse con la avalancha de público a la salida. Cuando fui a mirar el autógrafo que sujetaba con fuerza en mi mano derecha me di cuenta de que la izquierda sostenía a su vez un bolígrafo que no me pertenecía. ¡Era el bolígrafo de Sondheim! Él mismo acababa de entregármelo, dando por hecho quizás, con las prisas de la huida, que era de mi propiedad. No hice el menor gesto para devolvérselo. No tuve intención. Santa Rita, Rita, Rita, lo que se da no se quita. Cerré la mano y lo apreté con fuerza. Un regalo, pensé. Producto de las prisas y el despiste, sí; pero un regalo. ¡Y qué regalo!


Ayer fui a buscarlo al cajón donde lo guardo desde entonces, con intención de utilizarlo para escribir este artículo a mano, de manera excepcional. Comprobé, con tristeza, que la tinta se había secado. Intenté reanimarlo con mi aliento. No respondió. Ya no escribía. No podía. Aunque yo prefiero pensar que no quería, tan de luto como nosotros.



 

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