sábado, 16 de julio de 2011

LA SALA DE CINE COMO EXPERIENCIA

Ayer estuve en una de las salas de cine en la que más a gusto estoy desde hace unos añitos, a pesar de haber estado poquitas veces y de no haber visto en ella nunca ninguna exquisitez (la mejor "Toy story 3"). No he estado muchas veces pero siempre lo he pasado bien hasta cuando la película no me gusta, que es la victoria absoluta de una sala de cine. Ya habrán adivinado los informados que me refiero al Kinépolis en Madrid, en la llamada Ciudad del Cine, a la que se llega tras un viaje-atraco en lo que aquí llaman metro ligero y el resto del mundo tranvía.


La butaca es más que cómoda, el espacio es muy amplio, la pantalla es más que enorme. Vi ayer la última parte de "Harry Potter", en V.O.S y proyección digital, por supuesto comiendo chucherías porque si no te desesperas sin saber qué hacer con las manos. Por supuesto a los cinco minutos estaba más que perdido en la trama, a pesar de haberme informado previamente y haber visto otras dos salteadas (entre ellas la sobrevaloradísima obra de Alfonso Cuarón). Me aburrí de lo lindo, pero no me desesperé ni me enfadé porque francamente, como digo, se está a gusto hasta cuando la película no te gusta, o en este caso no te interesa, pero de todas maneras, como no soy tan conformista empecé a imaginar mientras escuchaba la música de Alexandre Desplat para el cierre del niño mago (el hombre que compone la música de todas las películas que existen hoy en día) cómo sería ver en esas condiciones, V.O.S y digital, mi esperada "The tree of life". Y acto seguido les escribí haciendo la petición, que de pequeñas ilusiones también vive uno. Si alguien se quiere añadir a la petición...


Hoy o mañana, no sé, volveré a otras salas y veré películas que me gustan, pero cabe preguntarse, si dada la hecatombe mercantil, el futuro no pasa por volver a convertir tu negocio en una experiencia insustituible de la que tu público no pueda encontrar ni si quiera sucedáneos. Hablo del negocio, de la barraca, no de cinefilia ni de calidad de las películas forzosamente, de la que vamos ampliamente surtidos en formatos domésticos. Se publica un artículo muy interesante al respecto: Austin, la otra meca del cine.

Y es preocupante porque creo que internet, por la potencia de su difusión, asegura la eternidad del buen cine, pero la eternidad de las salas cada vez parece menos garantizada. Y lo lamentaría, y ni si quiera parece que bastara por si sólo el paradigma de cine que algunos programaríamos en ellas para mantenerlas a flote. En este siglo XXI hace falta algo más que buen cine para que la sala viva, para bien o para muy mal.

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