El cine no siempre es el arte de
las imágenes en movimiento. O a veces el movimiento está no en el plano
sino en el montaje de las imágenes, por muy estáticas que éstas sean. O
si tengo que explicar la imperturbable fascinación en la que me sigue
atrapando, diría que el verdadero movimiento está en la mente del
espectador. Clave fundamental para entender el cine, pues éste no existe
sin la peculiar percepción de la imágenes que atesora nuestro cerebro, y
sin las resonancias poéticas que cada imagen ejerce sobre él.
Chris
Marker desnuda al propio cine en esta foto-novela de ciencia-ficción
romántica, profundamente romántica, en una tradición que se toca con
"Vertigo", con "Jennie", con todas las películas sobre el amor, sobre la
carne y el espíritu a través del espacio y del tiempo. Y deja al cine
en una sucesión de hermosas fotos cada una de las cuales tiene el mismo
poder de trastorno que cualquier secuencia en movimiento. En 27 minutos
queda lo que para cualquiera hubiera dado 90. Pero lo destacable no es
el ejercicio de concisión, lo destacable es el homenaje al poder de la
imagen y al poder del espectador para aunarlas todas y construir en su
cabeza y su corazón una película conmovedora e inagotable. La próxima
vez que vaya a París tengo que aterrizar en Orly, y quedarme en el
espigón a ver despegar a los aviones.
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