Resulta extraño hablar o puede producir extrañeza que quiera hablar sobre películas como "Casablanca", "Desayuno con diamantes" o ésta cuando damos por hecho que no hay nada en ellas que no nos haya contado un suplemento dominical o una tienda de souvenirs. Películas que han padecido (y lógicamente también se han beneficiado) de una saturación mitómana en la cultura popular.
De "Lo que el viento se llevó" (vista por primera vez en pantalla de cine un 4 de abril de 2007 en Barcelona) no me interesan los decorados de Atlanta, los conflictos de Clark Gable con George Cukor ni la elección de Vivien Leigh, ni mucho menos si es o no es una de las mejores películas de la historia del cine. Me interesa relativamente pero no es mi intención seguir saturando el imaginario. Me interesa sobre todo que es la gran película sobre el deseo neurótico que alberga en todo bicho viviente, de forma más trágica o más superficial.
Es necesario contar toda una vida y dedicarle esos contundentes 224 minutos (que en pantalla grande son más) para plasmar cómo un ser humano es capaz de focalizar todo su desbordante impulso vital en un objetivo etéreo y sin sentido que cree que le proporcionará una felicidad absoluta mientras el tiempo y la vida avanzan y nuestro ser humano avanza con ellos, sin ser consciente de que está viviendo y perdiéndose lo que realmente su vida tiene que ofrecerle, y eso que la protagonista vive con una ferocidad digna de la mejor causa.(*En la sesión en pantalla grande del 26 de diciembre de 2013 mi mujer me hace focalizar la atención en la pasivo-agresiva del personaje de Olivia de Havilland, psicológicamente es inagotable)
En este caso el peso (sí, peso de pesar) del tiempo es el de una pobre y lamentable sociedad infantil que ha de dar el paso a la vida adulta y con ella empezar a trabajar con las manos y hacerse cargo de si mismos, al menos para volver a vivir como dioses: con lo que la implacable metáfora de la peripecia vital universal se redondea con una elección del contexto perfecta.
"Lo que el viento se llevó" es una especie de compendio brutal y absoluto de lo que había sido el cine comercial USA en su primera mitad. Más que nunca hay que volver a invocar el fantasma de Griffith, quizás hacía falta una referencia más explícita y más oscura al Ku Klux Klan para clavar el dardo del todo. Una combinación arrolladora de épica y lírica fabricada con la precisión y la belleza de un equipo de profesionales del cine, entre los que es inevitable destacar el monumental y generoso trabajo de Max Steiner (derrotado de forma surrealista en los Oscars por la música incidental de "El mago de Oz", ¿conocerán realmente en Hollywood su propia profesión?) y al director de la impresionante fotografía, Ernest Haller (que realiza una transición asombrosa de la épocas más luminosas a las épocas de mayores claroscuros). Pero no deja de sorprender también cómo la película es pródiga en movimientos de cámara magníficamente acompasados con los diálogos, de una fuerza exacerbada en su montaje y en su puesta en escena que apenas es afeada por alguna transparencia absurda en 224 minutos (el espantoso reencuentro entre Melanie y Ashley tras la guerra).
Un año después Alfred Hitchcock desembarca en los Estados Unidos y dos más tarde Orson Welles rueda "Ciudadano Kane", empieza otro capítulo de la historia, de cuyo antecedente es "Lo que el viento se llevó" su perfecto cierre, y el afinado, extenso e intenso cast de gloriosos secundarios no es ajeno a ello.
Hay que notar finalmente que la película no deja de estar concebida como un espectáculo de masas, con su overture, su entreacte, el inicio del segundo acto y su exit music (David Lean y congéneres seguirían escrupulosamente esta operística manera de concebir el cine). Hay que verla haciendo la pausa donde está marcado y levantarse a tomar algo. Por supuesto la versión original es imprescindible (están todos en estado de gracia, en especial la tremendísima Vivien Leigh, que tendría que haber compartido su Oscar con el maquillaje y el vestuario que la acompañan en su transformación). Y si alguna vez pueden atraparla en la pantalla de cine de una filmoteca, exijan que la proyección se detenga tras la promesa de Scarlett de no volver a pasar hambre. Es el mejor homenaje a este vibrante y prodigioso, a este inagotable ejercicio de profesionalidad insondablemente poética visionado tras visionado.