Dudo si el guionista Christohper Knopf realmente escribió "El emperador del Norte" basándose en una historia corta de Jack London, o fue un viaje por los trenes españoles y su encuentro con diversos revisores, más catalanes que otra cosa, el que inspiró su neorrealista guión. Otra alternativa es que sea la compañia de ferrocarriles españoles, en breve liberalizada, la que proyecte a sus revisores esta película de Robert Aldrich para conseguir que bastantes se parezcan increíblemente al antológico personaje de Ernest Borgnine, actor recientemente fallecido cuando escribo estas líneas.
Creo que Borgnine, con todo lo histriónico que pueda resultar, es lo mejor de la película, a mi me parece un personaje y una interpretación maravillosamente carismáticas, que regalan vibración a una película que aunque no anda falta de ella, necesita un puntal de esta categoría.
La pareja que forman Lee Marvin y Keith Carradine me gusta menos, aunque esos dos vagabundos que intentan viajar gratis en el tren de Borgnine plantean la mayor sustancia de la película, el desafío con ética y categoría a un poder oficial y violento (que se puede conectar con la Gran Depresión actual, no tanto se puede conectar la categoría del discurso que se oye, supongo que de Roosevelt, con los discursos políticos actuales). Lo peor, o lo que no me acaba de convencer, es que la película pone las cartas sobre la mesa muy rápido y muy bien, y hasta el magnífico tramo final no me aporta grandes novedades ni estímulos, se dilata un tanto, podría habérsela ventilado en mucho menos tiempo y habría quedado igual (yo que tanto critico a veces el concepto de eficacia narrativa a veces caigo en él), o en esa línea de peripecias e intentos por burlar a Borgnine podría durar indistintamente treinta o cuarenta minutos más.
Desde luego a mi se me ha quedado lo suficientemente grabada como para buscar dónde llevan el martillo la próxima vez que me pidan el billete tras previamente haberle gritado y amenazado de forma chulesca y escandalosa a un inmigrante subsahariano, los Lee Marvin y Keith Carradine de estos tiempos,y últimamente se extiende a los guardias de seguridad, algunos de los cuales son verdaderamente brutales cuando encuentran a alguien sin billete, excedidos de sus cometidos básicos. Se comportan muchos de ellos como Borgnine, como si el tren y la propia compañía fuesen de su propiedad. Lo que yo decía, neorrealismo en estado puro lo de Aldrich, enorme valor inesperado de la película en pleno 2012.
bah, me alegro mucho que te haya gustado, los Aldrich de mediados los cincuenta en adelante , la verdad, son todos magníficos.
ResponderEliminarSaludos
Roy
Qué poco lo conozco todavía,a Aldrich, a Siegel...Lo iré solucionando.
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