Eastwood consigue en esta ocasión aquello que le faltaba a "Invictus". Dentro de un cine histórico y política es necesario saltarse cierta linealidad para esquivar la ilustración formalita y aburridona de la historia. "Invictus" tenía un tono en sus serenas imágenes indudablemente Eastwood, pero me parecía tremendamente plana y aburrida.
"J.Edgar" parte del hándicap importante de pretender abordar como núcleo duro de una película a un ser presumiblemente abyecto, integrante de un sistema abyecto, al que se contempla si no con empatía, (es un obsesivo y edípico, un comentario en si mismo al país y a las décadas que retrata), si que se le observa con una cierta emotividad. Y es que no deja de ser fastidioso que se busque una lagrimita de emoción por los sentimientos de un tipejo de esa calaña (¿qué será lo próximo, la love story entre Aznar y Ana Botella?, ¿la conmovedora historia de amor del joven Stalin?). Y lo peor, pretender hacerlo con un estilo visual aseadito que se empapa en no pocas ocasiones en ese peligroso estilo ilustrativo de las lecciones de historia, que se baña en algunos minutos en las aguas del bodriazo histórico-político de turno. Eastwood, sin filmar seguro una de sus mejores películas, esquiva diestro y sabio todos los peligros gracias a algunas secuencias que cambian el sentido y los posibles vicios de la película, a saber:
-La prodigiosa escena en la que el compañero de Hoover, Clyde Tolson, deja en suspenso el verdadero sentido de toda la película que el propio Hoover nos ha narrado.
-La sorprendente, conseguida y por momentos emocionante relación que con sólo un par de trazos dibuja Eastwood entre Hoover y Tolson (bien es cierto que al final se le va un poco la mano, quizás demasiado autoconsciente de que le está saliendo muy bien).
-La magnífica, magnífica, magnífica interpretación de un Leonardo Di Caprio al que el maquillaje (jo, es que lo maquillan hasta parecer Philip Seymour Hoffman), quizás por primera vez en su vida, no le condena a su rostro eternamente infantil.
-La formidable pincelada de su relación frustrada con la secretaria y de su esconderse de las mujeres (otro portento de escena en el club de baile).
-El acertado relato en pinceladas de su episódico guión en general, con insistencias razonables y logradas en el caso Lindbergh.
Probablemente en la América policial de los años 30 sea más moderna, vivaz y juguetona "Enemigos públicos", probablemente de Eastwood esperamos un cine menos explicativo, pero "J.Edgar" pasa globalmente con holgura el corte de lo cinematográficamente tolerable, y por momentos certifica que la ha dirigido un extraordinario director que simplemente no ha encarado el proyecto más apetecible (otra vez más, y lógicamente hablando en primera persona).