domingo, 12 de mayo de 2013

LE MONDE VIVANT


Es imposible que algún hombre o mujer de bien no sientiese una irresistible simpatía por la poética y el punto de vista anti-intelectualoide de "Le pont des Arts" . Su sincero amor por el Arte y la belleza, lejos de poses y academias, de deseos de triturar al otro a través del intelecto (cuestiones todas ellas que pueden pasar desapercibidas tras un envoltorio que puede hacer pensar en todo lo contrario), capaz de transmitir un amor inconmensurable por la música barroca, ya dejaba a su director Eugène Green en los altares de las afinidades personales.

Este neoyorkino afincado en Francia, que debutó en el cine a los 53 años después de una vida dedicada a la literatyura y al teatro, dicen que con aspecto de Einstein (o de Garrel con bigote) tiene más películas, y una de ellas es este cuento de hadas, que remitiendo inevitablemente al "Lancelot du Lac" de Bresson, tiene sus propios procedimientos y su propia magia.

Green cuenta una historia de caballeros, princesas y ogros come-niños con un par de parejas, dos niños, algunos animalitos, el entorno de la región de Aquitania, un par de espadas de madera y dos pañuelos. Le lanza el guante por completo al espectador, no desarma el relato de aventuras como lo podría hacer un Lisandro Alonso hasta dejarlo en el esqueleto, su exigencia es otra. El cuento se cuenta tal cual, tal cual suelen ser o tal cual lo contaría la Disney, pero lo ornamental, lo accesorio, la capacidad de evocación la ha de poner el espectador que ha de creer que un perro es un fiero león y que en la noche encantada del bosque el amor lo puede todo.

Con el espectador en el punto de candidez adecuado y deseoso de dejarse llevar, "Le monde vivant" puede convertirse en una experiencia de una sencillez y una belleza sublimes. Una cumbre en cuanto a las posibilidades del cine, a su infinito poder de llevarte al fin del mundo sin nada entre las manos.








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