domingo, 15 de febrero de 2015

CANCIÓN DE BERNADETTE

Creo que fue este artículo el que ha ido llevando en los últimos años a unos cuantos colegas cinéfilos a echarse a los ojos con aplauso unánime una película que muchos ni considerábamos que pudiera tener algún interés.

Y eso que es muy cierto que nos tragamos sin pestañear las andanzas del Séptimo de Caballería o del ejército de la Marina de John Ford, o nos emocionamos viendo como el ingeniero de Miyazaki construye ingenios con una capacidad para matar cada vez mayor. Se podría pensar que la religión es un coto inalcanzable que despierta en ciertos sectores ideológicos antipatías aún mayores, pero cuando se trata de Dreyer, Rossellini o Pasolini no solemos poner pegas. Ya ¿y Henry King?, ah, eso es otra cosa.

"Canción de Bernadette" asume un punto de vista completamente creyente, de una forma inusualmente bella, aún más decidida que los Ordets de Molander o sobre todo el de Dreyer. No funciona como una abstracción sobre la fe a partir de un suceso extraordinario, es la imagen canónica de la Inmaculada Concepción lo que se visualiza claramente varias veces y no hay resquicio alguno para dudar de todo lo que sucede ni funciona como metáfora de nada.

Insiste en que el creyente no necesita explicación y para el no creyente no la tiene. Varias veces se recuerda que no puede explicarse lo que sucede de ninguna manera, a pesar de que la psiquiatría esté irrumpiendo para explicar la actitud de Bernadette, los sucesos expuestos objetivamente son inasibles por cualquier disciplina científica o no. 

"Ordet" es etérea e irreal por oposición al realismo poético del fotógrafo Arthur C.Miller, el film de Dreyer puede vivirse como una obra sobre el poder de la fe, de cualquier fe, el film de King es una obra religiosa, profundamente religiosa y por eso suele ser más difícil de aceptar para el cinéfilo no creyente de este siglo más de setenta años después de su realización.

No deja de ser tampoco algo de chiste su retrato sobre los grotescos franceses ilustrados de Napoleón III que le ponen palos a las ruedas a la pobre Bernadette, total, para acabar descubriendo que la historia de la niña ofrece más provechos que daños (magnífico comentario la escena en la que el alcalde ya está diseñando las botellas de agua cuando el fiscal viene a pedirle la prohibición del manantial), y para acabar descubriendo que viven asustadísimos y llenos de dudas en este valle de lágrimas (lo que pasa al final con uno de los personajes me recuerda a uno de los más habituales, muy ciertos en el fondo pero muy toscos argumentos de los creyentes contra los ateos, a mi ya me han amenazado alguna vez con que algún día ya me pasará lo mismo que al fiscal al que interpreta Vincent Price y entonces a ver qué hago). Grotesco, como si no hubiesen sido históricamente peores los palos a las ruedas puestos a los avances científicos y a la difusión de mayor progreso y salud, y es que lo que se cuenta a penas llega a persecución religiosa en las catacumbas. Si es que realmente hay algo que contar.

No comulgo con el énfasis en caricaturizar a sus malvadísimos ilustrados (que ninguna huella negativa dejaron en esta historia), pero me parece una excelente película que durando nada más y nada menos que 156 minutos, no sólo resulta tremendamente entretenida, hermosísima, (con una fotografía casi precursora de Gabriel Figueroa, continuadora de lo que había hecho Miller en Qué verde era mi valle,  casi heredera de los cineastas rusos en su vivido retrato de los rostros), sino emocionante con lo que no te emociona (ese éxtasis que convence a todos), y desafiante a lo que realmente piensas de la vida, la muerte y unas clases sociales desfavorecidas que siempre muestran su verdadera fuerza al Poder establecido por los motivos a mi juicio equivocados y que no deberían encontrar su redención en manantiales mágicos, (que parece ser que en este caso en el manantial la han encontrado, vaya si la han encontrado, que creo que no quedan campesinos pobres en Lourdes). Pero sin ese desafío el cine (y las artes) sólo serían una burda y enésima confirmación de uno mismo, cómo ser una ventana a otras sensibilidades y a otras creencias.









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