No ha sido ésa la suerte de la revelación de 1999 que siguió extendiendo su victorioso camino durante toda la primavera del año 2000. Premios en Cannes, Oscars, Globos, Baftas, no son sus avales, en absoluto, jamás podríamos ser pueriles, tan pueriles, pero es la fotografía inicial de cómo impresionó allá por donde fue.
Vista en estos años y recién vista en los digitales no ha perdido ni un ápice y cada vez resplandece más lo que la mantiene viva.
Cómo actualizar las women's picture, despojándolas de actitudes claudicantes, mantenerlas dentro del melodrama hiperstilizado y llevárselas a tus propias coordenadas espacio-temporales.
Cómo manejar el ritmo, el montaje, las dosis de tragedia y de humor, las interpretaciones y sus intensidades necesariamente impostadas.
Todo eso mientras se nutre de literatura, de teatro, de una Barcelona necesariamente de mentira (menuda perspicacia) y cuenta una historia de catarsis personal como sólo los clásicos lo hacían, sin que asome sospecha de ensimismamiento autoral. Director y guionista van a la par como no siempre han ido en Almodóvar.
Una de sus obras maestras, al margen de lo divo, pagado de si mismo, izquierdoso o de la ceja que se considere por aquí en España. Que yo tampoco sé si Douglas Sirk era majo.
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