martes, 12 de julio de 2016

EL PABELLÓN DE LOS OFICIALES

21 DE ABRIL DE 2002



Avisado de su larga duración, 135 minutos, en los
primeros compases de esta bonita y optimista película
me temo lo peor. Me temo que a su director, François
Dupeyron, ganador en San Sebastián de una Concha por
"¿Qué es la vida?", le haya dado por imitar a uno de
los directores más inútiles y plúmbeos que haya visto
yo en pantalla: Dalton Trumbo.

Me temo que me quieran contar, otra vez, durante dos
larguísimas horas y pico que la guerra es horrible,
que es inútil, y todas esas cosas que nunca sobra que
se repitan, pero sí que cansan si se hacen siempre a
través de la truculencia y del reflejo realista del
sufrimiento humano físico y moral que las mismas
provocan. 

La película empieza al principio de la Primera Mundial
cuando un joven teniente se enamora de la etérea y muy
consciente Clémence. Después de una apasionada noche,
le destroza la cara un obús y cuando llega al hospital
no puede hablar, oimos todos sus sufridos pensamientos
en off, y claro, temblaba yo pensando que eso era
Adrien cogió su galo fusil.

Y es que ya sería hora que se hicieran películas sobre
las causas de fondo de las guerras, sobre la
irreflexiva implicación de las masas en ellas, porque
llegamos a una altura de la historia del cine, en que
la reflexión más interesante que se ha hecho al
respecto está en "El sentido de la vida" de los Monty
Phyton.

Pero afortunadamente vamos a ver otra cosa, toda la
amargura y la salvaje truculencia con la que empieza
esta película que versa sobre una guerra,pero sobre
otro tipo de guerra, se va a ver sustituida si tenemos
un poquito de paciencia, por otra historia mucho más
interesante. La de la reconstrucción física y moral de
tres amigos que pasan la cruel contienda
restableciéndose de sus heridas en el pabellón de los
oficiales, de donde tendrán que sacar las suficientes
fuerzas para volver a enfrentarse a la vida, una vez
tienen desfigurada la parte de su cuerpo que más les
identifica como seres humanos:su rostro.

Aquí la cara es el espejo del alma para sus personajes
y han de iniciar un costoso proceso de aprendizaje, en
el que vuelvan a sentir el instinto vital más allá de
las dificultades que su nueva existencia va a
ofrecerles.

Cuesta un poquito meterse en la película, pero a
partir de que los tres protas traban amistad, se va
haciendo más emocionante, comprensible y tremendamente
interesante. 

Vemos reflejadas con una grandísima sensibilidad y un
ritmo sereno y muy adecuado, la depresión, las
dificultades para seguir, las ansias, los deseos y las
necesidades de afecto de unos personajes que vuelven a
nacer y han de encontrar desde el principio su propia
identidad y su propia humanidad.

Depende de la susceptibilidad del estado de ánimo de
cada espectador puede ser una película más o menos
creible,la enfermera que los cuida, la paciente
Marguerite junto a la que comparten desgracia y
angustia, y el abrupto y eufórico final, pueden darle
una apariencia peligrosa de cuento de hadas dudoso.
Sin embargo es una amable invitación, rodada con una
infinita exquisitez, buen gusto y humanidad,
invitación a creer en la vida desde lo más básico, el
más elemental instinto de supervivencia, que ya nos
irá conduciendo después a placeres más concretos:el
deseo, el sentirse querido, el sentido del humor, el
no tomarnos demasiado en serio ni compadecernos, el
más básico :seguir adelante... Y es que si no somos
capaces de crernos lo más básico, ¿qué nos vamos a
creer?.

Una película de las que hablan en voz bajita, sin
grandes alardes, sincera y necesaria, imprescindible
para todo aquel con estados carenciales de su
organismo, sean del tipo que sean, y muy recomendable
para el que no los tenga, que vaya tomando nota, que
siempre va bien.

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