lunes, 25 de julio de 2016

LA EMPERATRIZ YANG KWE-FEI



25 DE ENERO 2002

No sé muy bien por qué extraño y seguramente muy, pero que muy caprichoso motivo, esta película me hace pensar en Minnelli: será que en los diccionarios, entre Minnelli y Mizoguchi sólo está Pilar Miró, un vulgar saltito para unir a dos grandes del cine con una peculiar utilización del color en el melodrama.

    Kenji Mizoguchi: superlativo maestro del cine, capaz de ensombrecer la mayoría de las veces en la memoria (la mía para ser honestos)  al  mismísimo Kurosawa (otro nipón que me merece unas cuántas reverencias), hizo aquí su primera y vertiginosa película en color.

    Vertiginosa porque también habla, como otra recordada película, del amor perdido, recuperado y vuelto a perder, aunque no llega a la altura febril y cinematográfica de Hitchcock.

    Comienza con un flash-back desde la melancolia crepuscular de la vejez, como la inolvidable "Vida de Oharu", y a partir de ahí, como en todas sus películas, desmiente minuto a minuto todos los tópicos de ceremoniosidad y parsimonia que atormentan la apreciación del japonés en Occidente.

    Es un entretenidísimo y hermosísimo melodrama sobre el ascenso y caída de una mujer que empieza como cocinera y acaba como emperatriz, dicen en la película que "un emperador sólo es un guerrero victorioso, y eso puede serlo cualquiera". Es un melodrama sobre intrigas políticas, sobre la trágica naturaleza del poder, sobre la justicia social (tema que no es nuevo en este humanista comparable a Renoir, si hablamos de las mejores intenciones), y sobre todo es una película sobre el amor y las condiciones de franqueza y amistad que pueden engrandecerlo. Sin duda es un amor también carnal, pero es un tipo de amor muy diferente al que trataba la otra película "vertiginosa".

    Es muy característica de este director. El color es la novedad significativa, un giro muy interesante, muy estimulante y muy necesario para un artista inquieto, y consigue con él unos ambientes fantasmagóricos importantes más una calidez dramática sorpredente. Me queda la duda si con el blanco y negro podría haber conseguido lo mismo; aunque la elección está muy elaborada. resulta bellísima y sorpredente: alguien que ha dirigido lo que dirigió  Mizoguchi  antes, no puede ya descubrir demasiados mediterráneos. Lo que sí sigue es funcionando perfectamente en maravillosos planos-secuencia como el que abre la película, perfectos en intensidad dramática y con logradas sensaciones de esa dimensión espacial tan subyugante que consigue dar a sus películas.

    El final es precioso y queda unido a algunas de las mejores películas sobrenaturales que se hicieron en Hollywood en los años 40, citar títulos sería explicar el desenlace literalmente, pero seguro que  a cualquier espectador con dos minutos de cinefilia le viene a la cabeza a la de ya! un título de la Fox de esa época.

    Fascinante  película que sólo plantea la misma pega que nos encontramos en directores como Dreyer y películas como "Ordet". Después de haber visto "Cuentos de la luna pálida de agosto" , aunque haya recorrido sólo una pequeña parte de la filmografía de Mizoguchi, ya sé dónde está el techo,o mejor dicho el cielo, aquella octava maravilla no se puede superar, no sería humano. Lo mismo, exactamente lo mismo que con Dreyer y su famoso milagro.

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