Si ya por "Make way for tomorrow" a Leo McCarey lo han usado como una suerte de precedente de Ozu, y quiero pensar que no solo por las coincidencias temáticas, produce verdadero pasmo ver una película como "Going my way"(1944).
En primer lugar cabe reseñar un obstáculo comprensible, uno puede no sentirse interesado por esta historia de un cura cantarín intentando salvar a la parroquia de sus problemas económicos mientras monta un coro de chicos descarriados para salvarlos al mismo tiempo de los peligros de la calle. Demasiado para el cuerpo sobre el papel.
La verdad es que el argumento no es a priori atractivo y creo que la única vez que vi la película hace cosa de 30 años me resultó completamente indigesta. Sin embargo, obviando eso, tras 30 años de ver las películas que he podido o querido, y para qué negarlo, habiendo visto su segunda parte "Las campanas de Santa Maria", hace no mucho, que interpreté erroneamente como un acto de valentía y riesgo bajo el paraguas de un éxito anterior, ahora no puedo dejar de sentirme absolutamente sorprendido por esta obra que me parece absolutamente marciana en el panorama del cine estadounidense de los años 40.
Porque ni puede adscribirse fácilmente al melodrama, ni pone el acelerador en los múltiples sentidos en los que su premisa invita a hacerlo. Salvo la penúltima escena, con la sorpresa que le dan a Barry Fitzgerald, que me parece el único exceso que la película se permite, con semejante argumento el resto de la obra es de una sobriedad asombrosa. Y aún así, tras ese pequeño exceso la obra concluye con la retirada del padre O'Malley que interpreta Bing Crosby en el silencio de la noche con un leve movimiento de cámara y sin el más mínimo crescendo musical, como ha trabajado el resto de la película."Dreyer en America", había bautizado yo jocosamente a su segunda parte, y no mucho menos podría decirse de ésta.
La mayor parte de la obra está trabajada con escasísima música incidental, con espacio para una serie de canciones más o menos melosas pero introducidas con naturalidad en una trama que avanza de forma cuasi episódica, con una continuidad y una premisa argumental pero trabajando cada escena mediante planos americanos y planos de conjunto en el que se mueven los personajes pero con poquísimos primeros planos, como si cada escena tuviese vida y autonomia propias.
Es una suerte de estilo trascendental, un estilo espiritual del que creo que se ha hablado poco que produce más admiración, que conmoción. No me parece tanto una película conmovedora como una película construida de una forma pausada y extrañamente admirable, donde todo sucede dentro del plano pero de una manera diferente a esa alquimia de por ejemplo un Frank Borzage o un Stahl y su manera de sublimar excesos musicales y de guion mediante la imagen, que alguna vez habrá que descubrir cómo lo hacen, si es que se dejan.
Imagino que estudiosos del lenguaje pueden decir algo más y mejor sobre esta película. A ver si tengo ocasión de leer el libro de Miguel Marías sobre el director, porque es muy difícil encontrar textos de críticos que se la hayan tomado en serio. Reitero que entiendo el distanciamiento que puede provocar pero también creo honestamente que merece esa segunda mirada sobre un estilo único.
Cada vez veo menos interesante fijarse previamente en la trama de una película para provocar la necesidad de verla. Así, creo, se despacharía la mayoría del cine mudo, que es, en ese aspecto, antediluviano. ¿Quién querría ver algo cuyo interés temático o dramático está sepultado por el paso del tiempo? Lo digo porque, como en este caso, hay cientos, por no exagerar, de películas que como esta de McCarey, su interés a priori narrativo es 0, y que, luego, por una sencilla razón, se convierten en las que te acompañan el resto de la vida. Y esa sencilla razón, creo yo, es el lenguaje de la película, su fortaleza, su precisión, que hacen que aquello que parece que no puede levantarse del suelo, surque al final los cielos. Me está pasando con el repaso de viejos Mizoguchis que cantidad de críticos y comentaristas despachan por melodramáticos, falsos, irreales, etc... y que a mí, entendiendo los "excesos" de su trama, me parecen sublimes. Con McCarey pasa algo parecido. Es el timing suyo tan peculiar el que hace que sus obras maestras sublimen lo que, cuando lees la sinopsis, antes de verlas parezca que de aquello no pueda salir algo bueno. Coda: La escena de Fitzgerald y la madre me parece muy emocionante.
ResponderEliminarAbsolutamente de acuerdo, tanto que a veces la lejanía con el argumento ayuda a percibir y disfrutar mejor eso que tan bien describes. Y desde un cierto estereotipo de europeo izquierdista ateo acabo más deslumbrado por películas de curas y militares que por películas supuestamente más cercanas a mi sensibilidad. Lo que no acabo de ver, y no pocos se han mostrado en desacuerdo conmigo, es la escena de Fitzgerald y la madre, a mi la que me emociona es la escena en la que Fitzgerald llega empapado a casa y en el lecho la evoca. No creo que se pueda ser tan prepotente como para hablar de "errores" de la película pero sí honestamente me parece el único subrayado que tiene semejante portento.
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