Perseverar con los puros caprichos, aunque las estadísticas te digan cómo podrías duplicar y triplicar la audiencia del blog.
A veces es maravilloso que el cine te lo ponga tan y tan fácil. Hay películas cuyo éxtasis mantenido a lo largo de sus dos horas te tiene que alargar por fuerza la vida por sobredosis de serotonina.
En la carrera de uno de los niños mimados de este lugar, Eugène Green, desconozco si "Una religiosa portuguesa" podría considerarse su película más complaciente o incluso evidente. En lo que a mi respecta, parece hecha para satisfacción, sin llegar a molestarme, de casi todos mis caprichos estéticos, fetichismos y emociones.
Green y yo debimos estar por Lisboa en fechas similares, y ambos sabemos que si en algo coinciden el cine y la vida es en que sólo tienen sitio cuando media una mirada que los hace existir. Entonces mi Lisboa era sólo la Lisboa de Monteiro, ahora es muchas lisboas más, incluso la Lisboa que yo viví entonces.
"Una religiosa portuguesa" es un templado melodrama fantasmal de espejos entre el cine, la vida y la literatura, que parece hecho a demanda. El sosiego de sus imágenes, el rostro perpetuamente extraviado de Leonor Baldaque, su peripecia tan mínima pero tan intensa, su portuguesismo tan impostado y tan auténtico como la mirada del turista (aunque sea de turista laboral), sus sentimientos callados y a flor de piel, la convierten en una de las experiencias más extasiantes que haya vivido en este 2013.
No se la recomiendo a nadie, búsquense ustedes su propia "religiosa portuguesa". Ésta es mía.
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