Publicado en Cine Club Tourneur el 8 de marzo de 2002
Aún así no estamos preparados para "La tumba india".
Los segundos 100 minutos de este larguísimo milagro
que se hace imperceptible por corto, son una
L-E-C-C-I-O-N, de cine principalmente.
Yo quiero ver esto en pantalla grande, accederé a
comer palomitas si es necesario. Las virtudes
apuntadas siguen progresando (geométricamente). El
halo romántico se exacerba, se dispara la obsesión,
los destinos de los personajes van quedando marcados,
y la emoción y un sentido del entretenimiento cuasi
místico (la peli es de levitar) invanden y derrotan la
pantalla sin compasión.
Ni aún cuando fue aparentemente colorista y luminoso,
renunció Lang a las sombras. Sin tratarlo de forma
directa o explícita (hablamos de un serial sin
"nobleza intelectual"), tiene secuencias de una
tensión sublime, es un grandioso poema en el que el
amor y la muerte se confunden con lujuriosa crueldad.
(Y no se trata sólo de que la frase me haya quedado mu
guay, es rigurosamente cierto y vivido).
Es de las películas de Lang menos vistas, pero atiza
un severo correctivo a la manía de hacer (filmar) las
cosas a medias. La película es de una grandeza,
espectacularidad, sabiduría y maestría absolutas-las
de aventuras también pueden serlo. Pero el peor
correctivo atizado es a esa creencia no tan ancestral,
y cada vez más en boga en las salas cinematográficas,
a esa convicción que se cargará definitivamente cierto
tipo de cine, de que a la evasión hay que pedirle
menos. Reducción de exigencia que décadas después
hemos pagado muy cara.
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