lunes, 9 de diciembre de 2019

FRESAS SALVAJES


Os iba a comentar "Marriage story" pero no os voy a hacer eso, no.

La noche del 17 de febrero de 1993 grabé "Fresas salvajes". En el Teleprograma tenía dos estrellas sobre cuatro y decía más o menos que era un rollo y que en la Berlinale no tenían ni idea. No recuerdo bien si la vi al día siguiente o dos días después pero el impacto fue considerable. Bergman tenía 39 años cuando la hizo, la mitad de los 78 de su Isak Borg.

"Fresas salvajes" es una catedral del cine, es una fuente, es una obra tocada por la gracia divina en cada uno de sus diálogos, en cada una de sus secuencias. Ha generado todo el cine del mundo sobre el recuerdo y el paso del tiempo, sobre la vejez y los ajustes de cuentas. Todo nace en "Fresas salvajes".

Es emocionante como ella sola, conmovedora como ella sola. No hay frase que no dé puntada, plano, imagen que nos sean de una sencillez extrema y al mismo tiempo de una belleza inconmensurable.

Yo les animo a que dejen de preguntarse qué quiere decir el reloj sin manecillas, lo mejor de "Fresas salvajes" es que es una obra maestra absolutamente cristalina en su dolorosa y luminosa hermosura. Lo mejor de "Fresas salvajes" está en los surcos de Sjöström, en cada réplica, en la musicalidad de sus palabras, en ese viaje final. 

¿Que he elegido un título muy sobado?, ¿que ya está más que vista?. Hagamos una cosa, cuando toquen las doce de la noche, todos duerman y solo quede la luz de la lamparilla del comedor, si siguen ustedes en pie pónganla y me cuentan si está sobada o no está sobada o si aunque la hayan visto cincuenta veces en realidad acaban de descubrirla.

Y eso que es una película que no crece con el paso del tiempo. Yo desde aquel 1993 la recuerdo igual de inmensa e infinita.


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