27 de febrero de 2022
"A Wagner solo se le puede descubrir en el teatro.Sin el teatro es inconcebible y de nada sirve lamentarse" (Thomas Mann)
Tarde de gloria en el Real, bueno tarde, noche también y si nos descuidamos madrugada. Ahora sí."El ocaso de los dioses", pocas veces he visto yo en los últimos tiempos tantísima atención, silencio y si me apuran hasta oscuridad, esta vez sin luciérnagas asesinas de la magia. Esa oscuridad cuya invención teatral se le atribuye al mismísimo Wagner. Pocas veces he visto aplaudir tan sonoramente y ovacionar y ponerse en pie. Y es que no, no se ovacionaban a si mismos por el tesón de permanecer casi seis horas en el teatro, cuatro y media de representación, ni ovacionaban la intuición del autor, que acaba prendiéndole fuego al Valhalla, sin duda adivinando lo que no pocos habrían deseado que sucediera mucho antes.
Ovacionaban que Wagner puede no ser el mejor músico de la historia de la Humanidad pero aquí demuestra que como animal teatral es el número uno absoluto. Ver "El ocaso de los dioses" te recuerda por qué en casa no escuchas nunca óperas, por qué en casa no escuchas nada y cuál es tu verdadera pasión: el brutal maridaje entre artes que alcanza con la ópera y el cine sus máximas expresiones.
Solo tres aplausos, en dos entreactos y en un final de volverse locos con Ricarda Merbeth cantando durante 20 minutos como Brunhilde, con el telón bajado a sus espaldas, previo susodicho incendio y desbordamiento de las aguas del Rhin. Pelos de punta o piel de gallina a elegir. Sin latosas interrupciones aplausonas tras arias de lucimiento. La ópera ha muerto, ¡viva la ópera!. Acto del tirón-aplauso, acto del tirón-aplauso, acto del tirón-ovación final. En los cambios de escena dentro del mismo acto se mantiene la música con el telón bajado, nadie chista, nadie mira el móvil, la tensión se mantiene por todo lo alto.
Wagner libretista establece la arquitectura dramática en un primer acto de dos horas y luego solo tiene que entrar a matar. Entendidas y aceptadas las claves y las coordenadas de los personajes en la primera hora, que siempre es la más difícil de sobrellevar en cualquier ópera en la que uno tenga que presentarse un fin de semana a las cinco de tarde en el teatro, luego lo demás viene solo. No hay ninguna heroicidad en estar allí durante tanto tiempo porque el libretista no lo pone nada difícil.
Wagner músico une la revolución de sus reconocibles leitmotivs para cualquiera que conozca un poco la Tetralogía, dándoles la mano con rasgos sorprendentemente tradicionales, coros, tríos, fruto de haber sido una ópera que concibió en los inicios de su trayectoria, "La muerte de Siegfried" se iba a llamar (envuelto el cadáver en esta función en la bandera de Ucrania), para después dar forma a tres precuelas que han acabado configurando el célebre cuarteto de obras:una de las más inmensas de la Música y quizás la más inabarcable e inagotable del arte dramático musical.
Créditos para la puesta en escena de Robert Carsen, otra criatura mitológica de las tablas a la que recuerdo por un conmovedor "El caballero de la rosa" en el MET, y créditos para el foso donde un enérgico Pablo Heras-Casado fue aclamado por el público madrileño, quién sabe si buscando (y encontrando) con toda justicia a un Josep Pons para el coliseo de la plaza de Ópera.
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