Anna Netrebko y Elina Garanca, dos puntales de los tiempos modernos, se enfrentaron en la escena de la Opera de Viena (allá donde Ethan Hunt haría después virguerías durante un Turandot) como Anna Bolena y Giovanna Seymour, a reina muerta, reina puesta.
Sin olvidar la testosterónica presencia de un Ildebrando d'Arcangelo que marca un modelo diferente de Enrique VIII al marcado por Charles Laughton.
Es muy aventurado decir que resultó algún tipo de metáfora sobre sus carreras, pero el momento Sul suo capo aggravi un Dio es el más explosivamente hermoso de toda la ópera, bien armada dramáticamente, como lo que conozco de Donizetti (de momento sólo el elixir), aunque musicalmente no sea este hombre, de momento, de mis favoritísimos.
Estupendo montaje y muy buena ópera sea como sea.
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