1991 trae dos acontecimientos a la vida de Maurice Pialat. A principios de año nace Antoine, el hijo que tiene con su productora y guionista Sylvie Danton. A finales de año estrena "Van Gogh", una de sus obras cumbre y una de las películas más hermosas del cine, como casi todas las suyas.
El nacimiento de Antoine, como era habitual en su obra, generará otra película de tintes autobiográficos, "Le garçu", protagonizada por el propio Antoine y los actores Gerard Depardieu, en su cuarta colaboración con Pialat, y Géraldine Pailhas.
"Le garçu" es una obra desconcertante, aparentemente algo ajena a otras películas suyas en teoría más secas y duras, incluso en su puesta en escena.
Vista ahora llaman la atención esos años 90, cuando siempre habíamos creído que los 70 eran el colmo de lo hortera, y llama la atención un cierta fealdad estética que empaña una elaborada y concienzuda puesta en escena, donde nada es excesivamente frontal, simétrico ni rutinario.
Otro de los elementos que para mí empañan algo la importancia de la película, que sin duda la tiene, es la presencia de Depardieu. El icono excesivo en que se había convertido en los años 90 emborrona el impacto emocional del film. Quizás entonces no se viera igual pero ahora visto en perspectiva me parece un error de casting y en el fondo me alegro de que no pudiera participar en "La gueule ouverte" porque estuviera ocupado en "Les valseuses" de Blier.
Es atractivo lo que late de fondo en la película, los asideros, las pertenencias, los enraizamientos de los seres humanos Y son sublimes las secuencias que llevan directamente a "La gueule ouverte", teletransportándonos 20 años atrás y mostrando que la mirada de Pialat sobre la ciudad de provincias, la familia y la muerte era consustancial a su propia naturaleza. Había nacido para eso y no importaba los años que pasaran.
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