lunes, 11 de septiembre de 2017

EL SOL DEL MEMBRILLO


Una de esas  películas eternamente aplazadas en las que me temía una sobresodosis indigesta de Realidad y Verdad, aún sabiendo de la maestría de Erice. Y más me espantaba leyendo las críticas de Antonio López a "La bella mentirosa", no porque esté en desacuerdo, sino porque gustándome el cuento que le echa Rivette me temía que la de Erice fuera demasiado Verdad a palo seco.

"Era de risa. Es de risa. Qué pedante. Qué falsa. Qué pintor, qué modelo, qué chorradas dicen. Y eso no puede ocurrir aquí a pesar de que seamos tan patosos, de que no seamos actores, aquéllo debe de oler a verdad. Aquí hay un señor que está dibujando de verdad y está viviendo algo que le pertenece. Y es cierto. Ése fue un regalo que le hicimos a Víctor. Y lo otro es algo tan pretencioso, tan horroroso... es como la película de Charlton Heston sobre Miguel Ángel, pero peor todavía porque pretende ser más intelectual. Es una cosa tramposísima. Y por otro lado esa manipulación no me parece inteligente. Tu puedes hacer un dibujo o una película y querer acercarte a la verdad y estar mintiendo."


Sabes que no estás en lo cierto pero solo tienes que encontrar el momento.

Magistral película, hermosa declaración de principios de un Erice que dice envidiar la relación individual del pintor con el lienzo en oposición ante una carrera artística tan problemática en un juguete tan caro y tan colectivo como el cine, se entiende.

La odisea de un pintor a la búsqueda de la luz y con ella del tiempo, mientras a su alrededor la vida entre y sale de su casa. La película sería de un experimentalismo muerto si no pudiese salir de la mirada de Antonio López a su lienzo. Es maravillosa porque converge esa mirada con ese movimiento externo de personas, de cotidianeidades, de conversaciones (hay algo profundamente fordiano y profundamente emocionante en la presencia de Enrique Gran, el Victor MacLaglen de esta película), movimiento de hechos internacionales escuchados a través de la radio y en definitiva el movimiento externo de las estaciones. Todo ese movimiento da verdadero sentido a la instrospección en la mirada y en los minuciosos y mimados procedimientos de trabajo de Antonio López (osado, paradójico, extraño pero convincente hablar de grandísima interpretación).

Es difícil encontrar un director con esa capacidad para entregar un cine ni excesivamente experimentalizado hasta hacer sentir frío al espectador, ni excesivamente ficcionado dentro del documental. Es capaz de ficcionar ese documental pero ponerse más cerca de Ford o de Ozu que cualquier otra referencia del género a la que quiera apelarse.




No hay comentarios:

Publicar un comentario