domingo, 15 de enero de 2012

MISTERIOS DE LISBOA

Como si fuera la mismísima "Rayuela", esta obra total de Raúl Ruiz puede "leerse" de dos maneras. Puede optarse por la versión cinematográfica, cuatro horas y media en las que se condensa un folletín de modo vertiginoso, en lo que es sin duda una experiencia radical, moderna y original (también tiene lo suyo de aturdimiento y desánimo). En la versión cinematográfica está probablemente la esencia y la novedad de "Misterios de Lisboa", y es por la que Ruiz y la crítica parecen inclinarse, que sea como sea está ya en las Estanterías de la Historia del Cine para cogerla cuando se quiera.

Sin embargo hay que romper una lanza por la versión televisiva, pues no siempre quiere uno someterse a la experiencia maravillosa de beberse una botella de gran vino de una sentada. En la versión televisiva está la esencia de lo que tiene "Misterios de Lisboa" de folletisnesco, en el sentido literal de novela por entregas, y encantador. El folletín que deja las espadas en alto al final del capítulo, que se va adheriendo a tu piel a lo largo de los días, en los que te da más tiempo de hacerte algo más con la trama, que tampoco importaría mucho, pero donde sobre todo vas tomando a sorbos a los personajes y al alucinante envoltorio visual de la película. El paso de los días es un factor crítico a favor de la obra.

Pero cuando "lees" la última página y cierras "Misterios de Lisboa", con el corazón sobrecogido, como ya apuntaba, entonces te das cuenta de que desaparecen los distingos. Como "Rayuela" es una sola obra, que puedes leer como quieras en el momento que quieras, descubriendo lo que no habías descubierto, redescubriendo paladeando o dejándote atropellar por su concatenado enloquecido de intrigas entorno al omnipresente y antológico Padre Dinis.

El visionado de la serie de televisión me da mejores claves para entender mejor "Nuncingen Haus", una algo opaca película de terror de Ruiz con sus atractivos, y para rendirme ante la figura de este director recientemente fallecido que dejó como su testamento su más que probable obra maestra.









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