Una de las bazas que puede jugar un buen relato de suspense es escoger un lugar y convertirlo en personaje. Eso hacían a su manera muchas series de televisión, que llevaban en sucesivos capítulos a su detective a una pizzería, una fábrica de corchos, un instituto de secundaria o una peluquería, imbuyendo a la trama de las características del lugar.
De forma más reposada y estudiada, menos cogida por los pelos, y bastante más interesante (menos divertida si se quiere), Alain Guiraudie convierte el lago en un personaje. Un lugar donde los desconocidos van a buscar relaciones con vocación de esporádicas o pasajeras, a bañarse, a pasar el rato en pareja estable, o a pensar. Un microcosmos con sus propias reglas y sus propias características.
La luz del lago (y su ausencia) conducen un relato de suspense rudimentario que sólo funciona por el carisma propio que logra el lugar, entre el sueño y la realidad.
Carente de todo sensacionalismo que calibrar, todo el sexo está integrado en la descripción del lugar y sus habitantes, resulta una peli misteriosa de sangre y amour fou, singular en su ritmo y concepción visual y bastante interesante y lograda.
La vi ayer y coincido contigo...
ResponderEliminarMuy digna de verse, sí.
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