Pues ya ha llegado lo que era tan fácil de prever. Llega el viernes por la noche, cenáis, se acuestan los niños, sentarse en el sofá y ver el estreno mundial de la última película de los hermanos Coen (en unos meses se repetirá idéntica secuencia con Scorsese como nombre). Mucho se ha perdido en el camino pero habrá que analizar qué se ha ganado. "La balada de Buster Scroggs" (2018) es un western de dos horas y cuarto dividido en seis historias completamente independientes que iba para mini-serie y que yo prefiero claramente en este formato. No me detendré en un fatigoso recuento de la que me gusta y la que no, el conjunto es claramente irregular, alternando de forma caótica el interés, la fascinación y el sopor.
Pero ese análisis de la parte puede hacer obviar cuestiones importantes respecto al todo. A mi me parece una película imposible de dirigir en un estudio cinematográfico, al menos del siglo XXI. La rica variedad de tonos y modulaciones, logrados o completamente fallidos, implican una libertad creativa que ya parece a penas existir para los viejos tótems en el cine USA. Quizás no sea en absoluto una gran película pero sus más que atractivos e insólitos desequilibrios me hacen concebir esperanzas acerca de qué puede llegar a significar para el cine no tener que pensar en vender entradas. Marty, las espadas están en todo lo alto, ¿qué habrás hecho en un contexto así?
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