Aunque renqueante, olvidado y siempre al borde la extinción. En un mundo en el que es un anacronismo y más archivo de notas que lugar vivo, no he dejado de acordarme que hoy "El amor después del mediodía" cumple 14 años.
Hay una diferencia fundamental entre esta apasionante obra maestra, filmada de forma cuasi futurista por un King Vidor a finales de unos 40 fastuosos para él (para variar) y el cine de Frank Capra. Las películas de Frank Capra pueden tener lecturas ambivalentes. George Bailey es sostenido por el poder de la comunidad pero al mismo tiempo "Qué bello es vivir" habla también de la anulación del individuo a manos del grupo en forma de pesadilla kafkiana. "Horizontes perdidos" habla de las luces y las sombras de la utopía. En cambio la dirección de "El manantial" y de su protagonista, el arquitecto Howard Roark, es absolutamente unívoca, es una loa desaforada al individualismo frente a la fuerza aplastante y alienante del grupo. Sin embargo es en nosotros donde puede generar lecturas contrapuestas.
Por un lado probablemente sea innegable que la película sea una invectiva política contra sistemas que anulan al individuo y sea una loa al liberalismo más desaforado. Posiblemente pueda no sentirse atractivo por el trasfondo ideológico de la obra, filmada además en plena caza de brujas, con Gary Cooper a la cabeza además, que aprieta el acelerador en su tramo final con un hecho violento y un discurso aterrador llevado al extremo. Sin embargo también es cierto que la historia del progreso es la historia de individuos, paradójicamente organizados, o en solitario que han llevado la contraria a la masa, que lo sabemos, lo vemos y lo vivimos, y que normalmente la masa no estaba ni está por la labor de permitir cambios porque todo "se ha hecho siempre así", y que pagando un precio alto o no estos individuos se han inmolado para crear, abrir nuevos caminos y mejorar.
Por mucho que Howard Roark reivindique de forma obscena el ombligo propio por encima de cualquier otra consideración y niegue a "los otros", con lo que sabemos que significa y a cuántas cuestiones cabe extrapolarlo, es imposible no simpatizar al mismo tiempo con él y rendirse a esa hermosísima contradicción interna que anida más en algunos de nosotros que en la propia película.
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