jueves, 28 de enero de 2016

LUGARES COMUNES

Publicada en Cine Club Tourneur el 5 de octubre de 2002

Las películas de Adolfo Aristarain tienen todo lo que
se supone que no debe ser el cine, cháchara, discurso,
adoctrinamiento, diabólicas maldades que posibilitan
el poder desmontar la entidad y la solidez de sus
obras con relativa facilidad, si lo hacemos con
arreglo a cierto idealismo artístico, que la sutileza,
la elegancia visual y el no darlo todo masticado no
siempre van con este explícito director, vamos.

Sin embargo, aún comprendiendo muy bien los rechazos
que pueda provocar (así de maduro se vuelve uno con la
edad, je,je), no puedo evitar que esas películas me
enamoren una vez sí, y otra también. Lo consiguió con
un prodigioso y magistral western utópico llamado "Un
lugar en el mundo", cargado de la mejor épica, lo
volvió a conseguir con "Martin (Hache)" donde había
poco cine, un texto absorbente y seductor, cargado de
mucha razón, Federico Luppi y tres intérpretes más que
no lo hacían nada mal; hasta me cayó muy simpática "La
ley de la frontera" y esa proclama aventurera que
decía "no te enamores de tu primera mujer, enámorate
de la última". Y bueno, "Lugares comunes", no sé si es
su mejor o su peor película, a mí me ha parecido
soberbia y emocionante hasta la médula.

Cuenta la tragedia de un profesor universitario que es
obligado a jubilarse, y cómo esta decisión de la
maltrecha burocracia argentina (la crisis está
presente) afecta a los últimos días de su vida, no
estoy adelantando nada: la tragedia es evidente a lo
largo de toda la película, la tos va desmontando
progresivamente la sinfonía de su discurso. 

El profesor es Federico Luppi, sin cuya presencia la
película no podría entenderse ni sostenerse. Es la
gran baza con la que juega Aristarain, su película no
tiene banda sonora, más que alguna canción de Agustín
Lara por ahí suelta, pero él no la necesita porque
escribe siempre con un oido musical increiblemente
talentoso unos diálogos maravillosos, unos monólogos
todavía mejores, interpretados por un solista sublime,
un Luppi que sencillamente hace ya varios Aristarains
que no puede mejorarse porque dice esas palabras con
una maestría, una...musicalidad, que llevan al
espectador al temblor ético y estético.

Ni si quiera importa que uno no acabe de conectar con
algunas de las ideas de "Lugares comunes" en el mismo
grado en que sí que lo hacía en otras películas del
director.Hay un idealismo ya demasiado ingenuo y
caduco, como algún apunte un poco penoso, como la
candidez y el sonrojo con la que hablan los personajes
de la maravillosa Cuba socialista. Entendamos que no
es problema de la película que yo tenga buena o mala
opnión de la Cuba socialista, pero una película que
reivindica la lucidez, la libertad de pensamiento y
otras utopías, no puede permitirse el lujo de babear
sin ningún matiz ante cualquier dictadura bananera que
le plante cara al capitalismo, no en el mundo de hoy,
eso es sentirse obligado a ponerse de uno los
bandos,ser acrítico, creerse que todavía existe alguna
pureza. Pasa mucho, pero no es lo que uno espera de
Aristarain.

Igualmente Luppi critica a su hijo en función de sus
dogmas y doctrinas libertarias sobre cómo debe uno
vivir, convirtiéndose en un personaje increiblemente
contradictorio, ya que justo un par de escenas antes
ha reivindicado ante sus alumnos la huida de todo
dogma (por cierto, en un discurso tan caprichoso como
necesario en estos tiempos, eso de despertar el dolor
de la lucidez sin piedad y sin límites como meta de
toda enseñanza es antológico).

No gustará el recital Luppi/Aristarain a los enemigos
del discurso en el cine. A mí, con las salvedades
señaladas, me parece vibrante. Pero la película se
reserva un as en la manga, un contrapunto genial ante
tanta palabrería, y ese contrapunto se llama Mercedes
Sampietro. 

A las palabras de Federico, Mercedes contesta con
miradas, con silencios significativos. Marido y mujer
tienen una "envidiable" relación más que de apasionado
romanticismo llena de amistad, comprensión, respeto,
solidaridad. Se discutió sobre la autenticidad del
personaje en la presentación en San Sebastián,
discusión injusta, pues nada de inauténtico hay en
esta inolvidable Liliana, a la que esta actriz le da
una serenidad y una credibilidad sobrenaturales.

Y de ella nacen algunas de las mejores escenas de la
película, aquellas en las que Aristarain recupera su
latente gusto por contar también con imágenes y no
sólo con palabras, como esa en que ella en una noche
lee los apuntes de su marido y en una sabia elipsis le
amanece, y cuando le amanece sabemos qué parte acaba
de leer, la vemos de espaldas, y el caudal de
emociones que ese momento transmite, en silencio y sin
el rostro de la actriz es de esos momentos de cine que
quedan. Tampoco podría entenderse "Lugares comunes"
sin el ejercicio de contención llena de sentido que
realiza Mercedes Sampietro. Todas las Conchas del
mundo no serían suficientes.

Y tampoco mis palabras son suficientes. Recomendarla
con entusiasmo, simplmente. Con encontrarme un par o
tres de películas como ésta cada año yo ya sería
feliz.
Que suerte que siga pasando.



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