viernes, 12 de mayo de 2017

LUNA LLENA:Caronte


Gustave Doré para La divina comedia




En los días de luna llena "El amor después del mediodía" les lleva de viaje por el placer y el terror del cuento...con Milan Vargas.

(Especial San Isidro)


Con su cabezonería habitual, decidió que no moriría hoy. La silueta de las Parcas se vislumbraba a sus pies a través de la penumbra que nublaba sus ojos. Ya sentía que el viejo Caronte le abría las puertas. Pero no sería hoy, todavía no.

En su vida no solía bailar. No se podía decir si quiera que fuera una fiestera. Escasas veces su calzado pisaba las calles de Carabanchel para pasear. Y hoy sí, hoy iba a salir. Y no haría falta calzarse, ni que su suela tocara si quiera el suelo de la colina.

Con cara de impaciencia, las tres hermanas la miraron elevarse por encima de su cama de hospital. Sabían que antes de ganar tendrían que conceder esta última derrota. Así que se sentaron tranquilamente en el pasillo. Los visitantes por fortuna no las veían. Era poco probable que su cordura pudiera aguantarlo. Pero casualmente nadie se sentó en esos tres anodinos asientos de forrado sintético azul. El aire helado disuadió los vagos, y los más cansados, movidos por una oscura intuición, buscaban dos pasillos más allá el descanso para sus rodillas.

Lejos del tufo a desinfectantes y olores a muerte recién hecha, Ella, vio su cama alejarse. Pensó de repente en Mary Poppins, una película que no retuvo su atención cuando era joven. Ella, era demasiado seria para tanta cursilería. Con el paso de los años empezó a coger el gusto de verla por cachitos. ¿Era porque se hacía mayor, o porque solían ponerla en navidades? Quién sabe.

Le llegó el olor a entresijos y gallinejas. No es que le gustara violentar su paladar con esas dudosas viandas. Pero sabía que serían seguidas de otros olores mucho más apetitosos, o simplemente alegres. Porque si una fiesta le gustaba aún más que las navidades, era la de San Isidro. ¿Y qué mejor lugar para celebrarlo que su propia colina, que asomaba su humilde joroba medio pelada frente a los arrogantes promontorios del palacio real ?

A la altura a la que se encontraba, veía las tumbas inclinadas como una dentadura postiza mal hecha. A los pies de los callados, los ruidosos vivos, ignorando su mortalidad, pululaban entre postes de chuches, asados, comida barata y ocios tramposos. Con un suspiro de nostalgia anticipada se dijo que echaría todo esto de menos. Echaría de menos hasta ese montón de imbéciles a sus pies que con ahínco se dedicaban a taparse las arterias con grasas y a estropearse el hígado con vino peleón.

Después de todo fue en ese periodo en que se casó con el amor de su vida. El que en los vastos yermos de su corazón, consiguió dar vida a un huerto, haciendo de ella la rosa de Saaron, el Lis del valle del cántico de los cánticos.

¿Lo volvería a ver?. Hombre, si las Parcas existían más allá de su cerebro de moribunda, algo del cielo debía haber, no ¿ ¡O sería una autentica farsa !?

De repente desde detrás de la barrera de cipreses vio más siluetas sobrevolando el cementerio de San Justo. Con que no era la única ! Bueno, mejor que mejor. Estaban todos vestidos de chulapos y chulapas. En este momento cayó en la cuenta que ella también lo estaba.

Una ensordecedora música se elevó…solo para ellos. Y así fue como pudo bailar su último chotís. No se emborracho con nada más que música. Nunca recordó la cara de su compañero de baile. De verdad importa ? Y en el rocoso camino que lleva al pié de la barca del viejo barquero, se llevó con ella esa llama de satisfacción, y una sonrisa en sus labios etéreos. La de sentirse lista para dar el salto. En su vida no pudo imaginarse que fuera posible. El navío se alejó a lomas de lo que parecía un océano de niebla. Pronto ya solamente se veían vagas sombras, mientras en la habitación 139 del hospital, el electrocardiograma se puso plano como una mar cansada de la tempestad. El tiempo de las lágrimas empezaba para los otros.


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