Gustave Doré para La divina comedia |
En los días de luna llena "El amor después del mediodía" les lleva de viaje por el placer y el terror del cuento...con Milan Vargas.
(Especial San Isidro)
Con su cabezonería habitual, decidió que no moriría hoy. La silueta de las
Parcas se vislumbraba a sus pies a través de la penumbra que nublaba sus ojos.
Ya sentía que el viejo Caronte le abría las puertas. Pero no sería hoy, todavía
no.
En su vida no solía bailar. No se podía decir si quiera que fuera una
fiestera. Escasas veces su calzado pisaba las calles de Carabanchel para pasear.
Y hoy sí, hoy iba a salir. Y no haría falta calzarse, ni que su suela tocara si
quiera el suelo de la colina.
Con cara de impaciencia, las tres hermanas la miraron elevarse por encima
de su cama de hospital. Sabían que antes de ganar tendrían que conceder esta última
derrota. Así que se sentaron tranquilamente en el pasillo. Los visitantes por
fortuna no las veían. Era poco probable que su cordura pudiera aguantarlo.
Pero casualmente nadie se sentó en esos tres anodinos asientos de forrado
sintético azul. El aire helado disuadió los vagos, y los más cansados, movidos
por una oscura intuición, buscaban dos pasillos más allá el descanso para sus
rodillas.
Lejos del tufo a desinfectantes y olores a muerte recién hecha, Ella, vio
su cama alejarse. Pensó de repente en Mary Poppins, una película que no retuvo
su atención cuando era joven. Ella, era demasiado seria para tanta cursilería.
Con el paso de los años empezó a coger el gusto de verla por cachitos. ¿Era
porque se hacía mayor, o porque solían ponerla en navidades? Quién sabe.
Le llegó el olor a entresijos y gallinejas. No es que le gustara violentar
su paladar con esas dudosas viandas. Pero sabía que serían seguidas de otros
olores mucho más apetitosos, o simplemente alegres. Porque si una fiesta le
gustaba aún más que las navidades, era la de San Isidro. ¿Y qué mejor lugar para
celebrarlo que su propia colina, que asomaba su humilde joroba medio pelada
frente a los arrogantes promontorios del palacio real ?
A la altura a la que se encontraba, veía las tumbas inclinadas como una
dentadura postiza mal hecha. A los pies de los callados, los ruidosos vivos,
ignorando su mortalidad, pululaban entre postes de chuches, asados, comida
barata y ocios tramposos. Con un suspiro de nostalgia anticipada se dijo que
echaría todo esto de menos. Echaría de menos hasta ese montón de imbéciles a
sus pies que con ahínco se dedicaban a taparse las arterias con grasas y a
estropearse el hígado con vino peleón.
Después de todo fue en ese periodo en que se casó con el amor de su vida.
El que en los vastos yermos de su corazón, consiguió dar vida a un huerto,
haciendo de ella la rosa de Saaron, el Lis del valle del cántico de los
cánticos.
¿Lo volvería a ver?. Hombre, si las Parcas existían más allá de su cerebro
de moribunda, algo del cielo debía haber, no ¿ ¡O sería una autentica farsa !?
De repente desde detrás de la barrera de cipreses vio más siluetas
sobrevolando el cementerio de San Justo. Con que no era la única ! Bueno, mejor
que mejor. Estaban todos vestidos de chulapos y chulapas. En este momento cayó
en la cuenta que ella también lo estaba.
Una ensordecedora música se elevó…solo para ellos. Y así fue como pudo
bailar su último chotís. No se emborracho con nada más que música. Nunca
recordó la cara de su compañero de baile. De verdad importa ? Y en el rocoso
camino que lleva al pié de la barca del viejo barquero, se llevó con ella esa
llama de satisfacción, y una sonrisa en sus labios etéreos. La de sentirse
lista para dar el salto. En su vida no pudo imaginarse que fuera posible. El
navío se alejó a lomas de lo que parecía un océano de niebla. Pronto ya
solamente se veían vagas sombras, mientras en la habitación 139 del hospital,
el electrocardiograma se puso plano como una mar cansada de la tempestad. El
tiempo de las lágrimas empezaba para los otros.
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