(10 de diciembre de 2002)
"Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles" (1975): Hay un limbo en internet donde algunos escritos se han perdido que me impide determinar con exactitud cuándo vi esta película por primera vez. Yo apuesto por el año 2009, hace ya una eternidad, quizás por el verano, quizás otoño, Navidad, no sé, eso ya no soy capaz de fijarlo. Hay a lo sumo un fragmento de febrero de 2010 donde escribo:
"Una de las experiencias más marcianas y a la postre memorables, una
planificadísima y estructuradísima aunque los hechos que filma sean o
parezcan absolutamente banales y espontáneos".
Desde que la vi me pareció admirable, sin dejar por ello de dar rienda suelta a todo el sentido del humor posible a costa de los filetes empanados, y al estupor de quienes me rodean por ver tanta delectación en la contemplación de hechos cotidianos.
La admiración y el humor (y por qué no el estupor) han llegado hasta hoy. Ahora que se ha coronado inesperadamente como mejor película en la encuesta de Sight and sound, y de lo que opino de ello no me repetiré más, llegaba el sugestivo momento de volver a verla.
Y me he puesto nada más y nada menos que a las 6,30h, porque el resto del año tolero, qué remedio, que las películas puedan interrumpirse, sino el cine se habría terminado, pero me parecía que había que volver a ver los 201 minutos del tirón.
Confirmo que es una película de un elaboradísimo artificio, algo que creo que no disgustaba a la propia Chantal Akerman (que firma como Chantal Anne Akerman). Es una película que solo puede mantener su dilatadísimo ritmo a base de coreografiar minuciosamente los mecánicos y rutinarios movimientos de Delphine Seyrig. De ahí que a veces se perciban como un tanto falsos o impostados, pero ese artificio es el que sostiene que la película sea visible y no absolutamente insoportable.
Esa coreografía me parece fundamental porque la hace visible y porque es la que vertebra la historia que la película cuenta: la fisura en una vida cotidiana condenada a la repetición y a las inercias, tanto domésticas como vitales (en los escasos diálogos de Jeanne con su hijo se trasluce que su pasado ha seguido idéntica tónica a la que sigue el presente).
Me parece una película extraordinaria, tanto por su narración, que la tiene, y la película cuenta una historia con pies y cabeza que se cierra totalmente sobre si misma, como por la posibilidad de acogerse al gusto por el detalle, por el cuidadoso atrezzo de las rutinas de la casa, qué usa Jeanne, qué compra, qué cocina, qué hace, cómo lo hace, el Ajax para limpiar el baño, el bote verde que uno diría que es el Fairy aunque no ponga Fairy, y por los variopintos lugares del día a día que Jeanne visita: correos (¿nunca van a atender a esa anciana?, la zapatería, el colmado, la cafetería...). Esa fascinación intemporal por otros tiempos, por otros lugares, algo que retiene el cine y que cuando la cotidianeidad es uno de los temas llega a alcanzar cotas de hipnosis elevadísimas.
El único pero es que creo que es una película que sigue en el mismo punto en que la dejé hace casi quince años. No es que se haya desmoronado, es que está tan bien dirigida y tan bien controladas sus capas y sus variables, que es difícil añadirle algo más a medida que pasa el tiempo, tu experiencia o tu estado de ánimo. El peor defecto de "Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles" es que sigue siendo, aunque sea para bien, exactamente la misma que la primera vez.
PD1: Esta vez ya sabía el argumento, después de la harina venía el huevo y al acabar el pan rallado.
PD2: A las 8,30h se levanta mi hijo mayor y se sienta conmigo en el sofá, a las 9,20h exclama "papá, has parado la película" "que no" "que sí, que esa señora se ha sentado en el sofá y no se mueve, llleva mucho rato así" (yo mismo confieso que he empezado a dudarlo).
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