Apichatpong Weerasethakul fue el niño mimado de la crítica de la pasada década.
Pasado su boom mediático en los medios especializados, no se ha perdido en caminos imposibles, no se ha hiperbolizado, ni parodiado a si mismo y tampoco se ha creído excesivamente lo genial que es.
Esta nueva película hace imaginar que no sólo tiene la cabeza y las intenciones en su sitio sino que además sigue explorando su particular mundo cada vez con menos ataduras, prejuicios o exceso de rutinario autocontrol o de falta del mismo
"Cemetery of splendour" es larguita, lenta, coherentemente narcoléptica, pero también imaginativa y repleta de un particular humor.
Sé que es rebuscado, pero por la fragmentación de la narración, por la cuidada planificación y puesta en escena y por la excentricidad de sus ocurrencias, Apichatpong me recuerda a estas alturas a una especie de Roy Andersson tahilandés, si es que no es Andersson un Apichatpong sueco.
"Cemetery of splendour" demuestra que Apichatpong va a donde tiene que ir, a lo suyo, sin ansias de divismo o genialidad, fiel a su vocación de contador de historias de su tiempo y lugar, de observador de su hermoso y a veces descacharrante paisaje. En serio, me recuerda muchísimo a Andersson, como si ambos nos dijesen que no tienen nada que inventar, que a su alrededor el mundo se mueve grácilmente entre lo poético y lo hortera y sólo hay que saber mirar y sonreirse.
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