A día de hoy uno vuelve a parar en "Orfeo" (1950) como una suerte de trámite obligatorio entre la sublime libertad creativa de "La sangre de un poeta", de cuyos principales motivos visuales parte, y la prometedora obra abierta que se avecina en cuanto consiga ver "El testamento de Orfeo", donde el propio Cocteau comparece ante la cámara escuchado por personajes de la presente película.
Entre que es más narrativa, más convencional, más lineal que la surrealista del poeta y que es la película que hay que ver antes de la que uno quería ver de verdad puede parecer que es una experiencia decepcionante. Siendo justos no lo es. Tiene desde la perspectiva de este repaso Cocteau el brillo de la obra de transición, de la obra "a caballo entre". La apoteósis del surrealismo había pasado, estamos a finales de los 40 (cuando Hollywood está en plena fiebre psicoanalítica). El desatarse de los grandes maestros de finales de los 50 aún no ha llegado.
No puedo esperar a ver "El testamento de Orfeo", sinceramente, pero no se me ocurre que pueda llegar a entusiasmarme, de encontrar en ella el esplendor de los maestros de finales de los 50, sin este poético engranaje que la explique y la justifique con mayor y más noble causa. Intuyo que el edificio está por coronar y "Orfeo" nos deja muy cerca de la cúpula. Próximamente me reafirmo o me desdigo.
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