En el emocionante ritual de ir a ver "Cerrar los ojos" (Víctor Erice, 2023) están las respuestas a buena parte de los interrogantes de la película. Siente uno un deasaforado nerviosismo extraño que no se corresponde con la mitomanía hacia el director, que a mi siempre me ha parecido un maestro pero ni ha marcado mi afición por el cine ni me he desgañitado durante décadas profiriendo "y que Erice no pueda rodar en España". Siempre me ha parecido que había una cierta sobreactuación e histerismo entorno a su figura.Entonces ¿por qué hacer algo que rara vez uno hace como ir corriendo a la sala de cine un viernes por la tarde?.
Pues porque su cine y esta película forman parte de una manera de entender la cinematografía, que no el cine cuidado que esto no va de nostalgias porque cines hay muchos, que a estas alturas ya resulta un conmovedor reducto en vías de extinción, un lenguaje purista al que Erice no ha renunciado en absoluto sino que se ha seguido significando como un monje guardián del mismo que nos habla piel con piel a los que estamos enamorados y siempre lo estaremos de esta forma de mirar, de detener el tiempo, de dilatar la secuencia en busca de una verdad en el interior de la imagen que no puede ser revelada solo por el diálogo o el argumento sino por un misterio que le da al cine la especificidad que siempre ha buscado.
A mi personalmente, y no se me puede acusar de eludir la cuestión porque llevo años reivindicando lo mismo, no me parece que el tema sea si esta película es mejor o peor que "El espíritu de la colmena", "El sur" o la extraordinaria "El sol del membrillo", de la que suele hablarse mucho menos. Películas además que llevan siendo digeridas por la cultura y el imaginario colectivo desde por lo menos cinco décadas en el peor de los casos. Solo hay que recordar una mítica crítica destructiva de "El espíritu de la colmena" en "La Vanguardia" en su estreno en Donosti, a ver si en cinco décadas lo que se escribe hoy se ve con el mismo sentimiento de sorpresa.
Tampoco me parece lo más interesante si es en si misma buena, regular o peor, sinceramente y lo digo sin remilgos no me parece si quiera una película especialmente gratificante, en la que encuentre un placer obvio e inmediato y sí que me parece algo árida y dura de ver pero eso me lo han parecido centenares películas de esta hermandad, de esta sociedad secreta de películas (que no de la nieve) que nos han dejado siempre el gusanillo y la seguridad que no dejarían de crecer a poco que se pensaran un rato y si era posible se volviesen a ver, y siempre han cumplido con creces lo que prometían. Solo con ver el poderosísimo inicio entre Pou y Coronado ya sabe que se encuentra uno ante "una de las nuestras".
Luego Erice desconcierta porque no estábamos preparados para verlo filmando oficinas y programas de televisión y un Madrid contemporáneo que te resulta incómodo de ver. Pero es precisamente el vicio adquirido de la mirada de no tener un visión de conjunto y analizar a cachos "éste me gusta-éste no", quizás por culpa del vicio de escribir así sobre las películas, el que hace que la obra se te pueda escurrir entre los dedos cuando todavía se guarda sus mejores cartas.
En una obra tan autorreferencial (sublimes los primeros planos de Ana Torrent) y llena de divertidas revanchas, que la vuelta al Sur posee sus mejores momentos como el tan comentado de "Rio Bravo", que a mi me parece maravilloso porque está filmado con el mismo sentido de la distensión y dilatación con el que lo filmó Hawks.
Pero aún es mejor el crescendo final a lo Dreyer, donde solo les falta coger a una niña de la mano, que cierra circularmente la película y es donde entendemos mejor qué hacíamos allí y el poder y la belleza de la imagen y de la sala como reencuentro, reconciliación y curación de las indeterminadas e incurables heridas de la vida, reconciliación que nos permita cerrar finalmente los ojos.
Si no han encontrado respuesta en este texto al veredicto que buscaban, prueben en el foro de sexadores de pollos o en el de peritos, una vez más es algo que ya he dicho muchas veces, no me lo guardaba para hacer equilibrios en esta ocasión. De los amores, en este caso un tipo de cine que ya no existe, no se comenta si el día de hoy ha sido peor que el de ayer o el de hace veinte años. Con los amores se quiere estar. Y punto.
Y si es radicalmente cierto que "Cerrar los ojos" nos cambia un poquito es porque no da respuestas pero sí certezas al oído a través del tipo de cine que practica, que milagrosamente escapa de lo formulaico en un tiempo donde hasta el cine de autor está terroríficamente infestado de ello, nos susurra quienes somos a todos y cada uno de nostros.
Se habla poco de lo que para mí es trascendental en la película. Que es la interpretación de Manolo Solo (y de Coronado en "La mirada del adiós"). Prácticamente no hay plano de la película en la que no esté y mantener esa homogeneidad gestual, para no traicionar al personaje, se me antoja una hazaña. Es de esas actuaciones, casi imperceptibles si no la ves en pantalla grande, basadas en una ceja enmarcada, una medio sonrisa, el brillo suave de una mirada, etc., dificilísimas y que demuestra, a mi modo de ver, que él y Erice, tenían muy claro, supongo que tras largas charlas, cómo era ese personaje, qué debía decir y qué callarse. La escena con su ex novia argentina, es el summun de todo ello. (Y a Coronado me lo creo como anarquista derrotado de la Guerra Civil, cosa también digna de reseña)
ResponderEliminarEntiendo que el otro Coronado te gusta menos. Sea como sea es de justicia hablar de Manolo Solo y esa interpretación excepcional, pasando por esa canción de "Rio Bravo", que ya es escena memorable de la Historia del Cine Español.
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