En esa Historia del Cine contada con brocha gorda que es la primera que acompaña a todo cinéfilo, el fin del cine mudo supone un brutal retroceso en los logros expresivos del periodo mudo. Esto supongo que no es totalmente mentira pero creo que superada esta brocha gruesa más o menos cualquier aficionado tiene claro que tampoco es rigurosamente cierto. Supongo que los lamentos de Chaplin y el amor inherente de la naturaleza humana por la nostalgia y por las añoranzas de tiempos pasados han dado carta de naturaleza a esta tesis, que ha impactado en el imaginario cultural de cómo se ha contado la Historia de este Arte.
Precisamente por eso no está de más recordar en algunas ocasiones que el inicio de la década de los 30, además de esas muestras de teatro filmado, que seguramente las hubo en gran número, nos trae en múltiples lugares de la geografía planetaria un periodo de esplendor expresivo, no sé si comparable o no al mudo pero que desde luego no justifica lamentos y nostalgias.
"Un ladrón en la alcoba" (Trouble in paradise, Ernst Lubitsch, 1932) es junto a obras de Hawks, Von Sternberg, Mamoulian, Lang o Renoir, sin ánimo de ser exhaustivos ni de lejos, una obra maestra que le hace preguntarse a uno si Chaplin iba al cine a ver "Scarface", "Love me tonight" o ésta si no se le removió en algún momento algo dentro, si no pensó que se estaba haciendo algo importante de lo que quizás no se sintiera entonces capacitado para formar parte pero quizás mereciera más respeto y admiración.
Ya conocía esta película, no es que ahora me guste más o la aprecie mejor, supongo que hay algo neurológico que hace que no le puedas prestar atención con idéntica intensidad y sensibilidad a todos los títulos que ves. Otros Lubitsch me impactaron más, se me grabaron mejor, siguen grabados mejor, en esa etapa de la vida en que las películas de la tuya se te graban para siempre. Ésta no tuvo esa suerte pero no quiere decir que no estuviera siempre ahí y que vista ahora no produzca el reogocijo y la alegría que producen las películas especialmente cuando con el tiempo vas aparcando cómo te impactan personas, situaciones y diálogos y cada vez resplandece más y mejor la pulsión de la imágenes y la imaginación y la riqueza que hay en ellas. Desde ese gondolero recogiendo basuras en Venecia.
Imagino que en el fondo si me ciño a personajes y situaciones sigue sin ser la película que más me interesa o me atrae pero ahora estamos hablando de otra cosa.
Pensaba yo viendo esta película lo absurdo y lo imposible que es aprender nada de ella, y pensaba, de forma retórica, qué se aprenderá exactamente en una escuela de cine. Porque aquí todas las imágenes parecen llegar de una manera sorprendente, inspirada, profundamente original, y terriblemente divertida. No se puede aprender a hacer una película así. Y supongo que en esa dicotomía muda-sonora no habrá que olvidar que todos estos revolucionarios del sonoro aprendieron en el mudo, a veces haciendo algo tan insólito como películas históricas que cualquiera te iba a decir que te iba a convertir en una superdotado para la comedia, que podría haber hecho películas comparables en brío cinematográfico a las de un Buster Keaton.
Me asombra la presencia de Herbert Marshall, que me trae inmediatamente el recuerdo de otra obra puntera de inicios del sonoro "Asesinato" de Hitchcock, con ese monólogo ante el espejo con la obertura de Tristan e Isolda. Y me encanta Miriam Hopkins, a la que acaba de presentar en sociedad en los minutos finales de "El teniente seductor", que son la génesis de esta actriz tal como la conocemos. Aún así ésta es todavía una película bisagra porque muchos minutos los ocupa Kay Francis. Sería "Una mujer para dos" la película que realmente la Hopkins merecía.

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